cultura

El último concierto de Joan Manuel Serrat

El gran cantor y poeta catalán se despedirá hoy de los escenarios, pero su música ya forma parte de la memoria emotiva de varias generaciones.

A los seis años lo atropelló un coche rompiéndole en varias partes el fémur. Estuvo tres meses en cama. Jugando al fútbol se fracturó el peroné, y se cayó dos veces de una moto lesionándose dos dedos de la mano izquierda y uno de la derecha, lo que le provocaba molestias cuando tocaba la guitarra. Por si eso fuera poco, se abrió siete veces la cabeza. Por no hablar de los golpes que se daba con su hermano cada vez que se subían a robar higos en la casa del vecino. Joan Manuel Serrat sabía de los golpes que da la vida –los físicos y los otros–, pero supo sobrevivir a todos ellos. La música fue su cura.

En 1975, Serrat acusó de asesino a Franco, le prohibieron el regreso a España y le decomisaron el pasaporte. Para el régimen fascista de España, Joan Manuel, que comenzó su carrera musical cantando en catalán, era el abanderado artístico del separatismo. Desde la proscripción a la despedida de los escenarios mucha agua pasó bajo el puente, muchos discos, mucha celebridad genuinamente ganada a pulso.

En una de sus canciones catalanas canta: “I el que pensin de mi no m’interessa gens” (“lo que piensen de mí no me interesa nada”). Consecuente con ese verso, al cantautor que este 27 de diciembre cumplirá 80 años no le importa que la prensa especializada en dimes y diretes se solace repasando la ­fortuna acumulada en lugar de seguir sacando rica miga de su obra. La revista Vanity, por ejemplo, ha hecho el inventario de las propiedades que el artista tiene distribuidas en Barcelona, Madrid y Menorca, administradas por la empresa Taller 83 SL, de la que Serrat es único administrador y su mujer, Candela Tiffón, apoderada. Además, cuenta con Mas Perinet SL, una empresa dedicada a la producción de vino. De todas sus inversiones, la que más felicidades le dio fue la del teatro. Su sueño de juventud era comprar una sala para dirigirla personalmente y montar en ella la obra que quisiera. La idea nació en largas sobremesas con su amigo, el humorista Miguel Gila, con quien ­siempre quiso hacer una comedia musical.

En su última visita a nuestro país no dio entrevistas individuales, sino solo una conferencia de prensa, previa a sus actuaciones en el Autódromo de Rosario, el estadio Mario Kempes de Córdoba y sus cinco conciertos en Buenos Aires. Allí declaró: “Mi relación con el público argentino fue apasionada desde el primer momento. El corazón me dice que esté tranquilo. Que solamente vengo a despedirme de los escenarios y no de la gente, ni del país, ni del cariño que nos ha unido. Me lo refuerza el contacto que voy teniendo incesantemente en los últimos 60 años de mi vida”.

El adiós

Para Serrat, Argentina es no solo el público fiel que durante décadas llenó cada uno de sus recitales, sino también los muchos amigos que ganó –y perdió– en nuestra tierra. Como Roberto Fontanarrosa, a quien conoció en 1982, en Barcelona, luego del partido inaugural del Mundial de España: “Vi el partido de Argentina-Bélgica con Menotti y con el sabor amargo de la derrota nos fuimos a un bar. Allí estaba lleno de argentinos con almas caídas. Fontanarrosa estaba deprimido en la barra, así nos conocimos. Él hablaba poco, pero bien y justo”. Ese fue el puntapié inicial de una amistad que se mantuvo intacta hasta la partida física del humorista rosarino.

El último de los recitales que dará Joan Manuel Serrat será hoy, en el Palau Sant Jordi, un concierto que será sin duda ­apoteósico. El adiós de alguien que no se irá nunca.

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