cultura

Entrevista a Juan Villoro

Es uno de los mayores escritores mexicanos, maestro de cronistas, pluma exquisita con una gran sensibilidad popular.

Este año se han publicado en nuestro país dos de los libros de Juan Villoro: La figura del mundo y El profesor Ziper y las palabras perdidas. El primero bucea desde el testimonio en la vida de su padre (el filósofo catalán Luis Villoro), y el segundo es un libro destinado al público infantil. Lo que demuestra lo prolífico que es y la amplitud de la paleta de este escritor, que está entre los más brillantes de América Latina.

—Alguna vez definiste la crónica como un ornitorrinco, un animal hecho de muchos animales. En realidad, casi todos tus libros son ornitorrincos, incluyendo La figura del mundo, que es un libro que tiene como personaje central a tu padre...

—Me gustaría pensar que en cada género que practico hay ciertos elementos de otros géneros. Creo que es importante que un género se beneficie de otros, aunque no necesariamente haya siempre una hibridización de estos. Yo recuerdo mucho una reflexión del músico de origen argentino, Daniel Barenboim. Le preguntaron por qué si en lo fundamental era un director insistía también en ser pianista, profesor, compositor, y él dijo que eso le permite entender la música desde distintos ángulos y al ejercer cada uno de ellos hay un beneficio recíproco. Entonces, es inevitable que un autor que cultiva distintos géneros halle algunos estímulos de los otros.

—¿Te identificás con las preocupaciones ­políticas y sociales de tu padre, o había ­discusiones?

— Me siento profundamente identificado, con la diferencia de que mi padre era más dogmático que yo. Él hizo de la política un eje vital que creo que lo determinó con mayor fuerza que a mí, entre otras cosas, porque él se sentía muy culpable. Provenía de una zona muy favorecida de la sociedad, su familia había tenido mucho dinero y él trató toda su vida de desprenderse de esa zona de la sociedad. Las convicciones de izquierda democrática que él tenía he procurado honrarlas y las comparto.

—¿Con cuáles escritores argentinos te sentís más cercano?

—La literatura argentina ha sido particularmente importante para mí. No lo digo para quedar bien, pero es la verdad. Borges, Bioy, Cortázar. Cuando yo era joven, Cortázar fue absolutamente esencial. Con un gran amigo mío (que ya falleció), jugábamos a memorizar cuentos enteros de Cortázar. Por supuesto, no podíamos hacerlo, pero nos desafiábamos mutuamente a reconocer alguna frase de un cuento. Era como un juego de ping-pong en el que uno iba ganando o perdiendo puntos a medida que el otro sabía o no cuál era la frase y la procedencia que le correspondía. Borges, en un principio, no me cautivó tanto porque es un autor más intelectual, de un calado más profundo desde el punto de vista de ciertas ideas que tiene; es un autor que puede parecer un poco más frío y, sin embargo, con los años se convirtió en un autor insoslayable. He tenido la suerte también de trabajar con argentinos en México, porque muchos han vivido en este país. Trabajé en México en un periódico bajo las órdenes de Miguel Bonasso, que fue un periodista muy importante tanto en Argentina como en este país. He estado muy en contacto con el mundo argentino. Fui bastante amigo y me considero discípulo de Ricardo Piglia. El mundo argentino ha estado muy cerca de mí y he tenido la suerte de tener algunas obras de teatro mías montadas en Argentina. Que un actor como Alfredo Alcón, junto con Rodolfo Bebán, pudieran representar mi obra Filosofía de vida, ha sido uno de los grandes placeres que he tenido.

—Sos muy futbolero e hincha del Barça, permitime una pregunta bien platense: ¿viste la final en Abu Dabi entre Barcelona y Estudiantes de La Plata?

—Sí, por supuesto. Me sorprendió Estudiantes, ese equipo que legendariamente, en tiempos de Osvaldo Zubeldía, ganaba con marcadores italianos. La final con Estudiantes de La Plata la vi en compañía nada más ni nada menos que de Pep Guardiola. Yo había organizado un ciclo de conferencias en Barcelona para hablar de fútbol y literatura, y una de las mesas era protagonizada por Pep. No calculamos que por el cambio de horarios, en ese momento, sería la final entre el Barça y Estudiantes. Y coincidió. Los organizadores situaron una pantalla detrás del escenario para que se discutiera de fútbol y se viera el partido. Pero, naturalmente, la discusión pasó a segundo plano y me pareció que era una metáfora importante porque Guardiola, futuro transformador del Barcelona, estaba viendo a un equipo poderoso que no podía contra Estudiantes de La Plata. Ahí se fraguó parte del sueño guardiolista de transformar ese equipo.

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