cultura
Entrevista a Mauricio Kartun
Es uno de los mayores dramaturgos argentinos, pero ahora también incursiona en la narrativa, con Salo solo. El patrullero del amor, una novela atravesada por el humor.
La pandemia fue para muchos un período oscuro de inmovilidad e incertidumbre. Mauricio Kartun, en lugar de quedar amordazado por el desánimo, juntó energías y comenzó a publicar en redes sociales una historia en forma de folletín. Reuniendo todas las entregas, alguien descubrió que allí había una novela y la publicó. El libro, recién publicado, ya va por su segunda edición y está en línea con una de las mayores obras teatrales escritas en nuestro país.
—Contanos sobre Salo, ¿quién es y cómo lo fuiste armando?
—Salo fue el resultado de energía pandémica. Los escritores que, como los músicos, necesitamos “estar en dedo”, no podemos estar mucho tiempo lejos del instrumento.
Con mi compañera pasamos la pandemia en Cariló, un año y dos meses en el bosque. Momentos en que nadie podía entrar acá, así que esto era un desierto. Casi en una deriva natural apareció la posibilidad de publicar en Facebook, en forma de posteos. Al principio, relatos sueltos. Luego probé con una novela por entregas, con el impulso más sano en el sentido literal: “vamos a reirnos”.
—La risa siempre está presente en tu obra
—Yo creo mucho en la energía de la risa. Hay comprobaciones prácticas. Hay algo donde nosotros sentimos que reír en conjunto es una forma de afinación social. No nos olvidemos que el humor tiene mucho que ver con la poesía, porque en el humor está muy presente el encuentro de elementos antes no relacionados. De esas energías empezaron a aparecer las aventuras de este viudo de la colectividad judía.
—El libro es de alguna manera un regreso a tus orígenes de escritor que fueron los de narrador.
—Es un regreso en muchos sentidos. También es un regreso a ciertas imágenes de mi infancia y adolescencia. Yo soy hijo de lo que en la colectividad se conoce como “café con leche”. Madre católica, española, una asturiana de ir a la Iglesia, y padre judío.
Yo siempre digo que incorporé veinte frases y palabras en idish, con las cuales puedo convencer a cualquiera que soy un judío hecho y derecho. Efectivamente, esto fue una vuelta a aquella experiencia adolescente, aquel universo; también, como vos decís, un regreso a la narrativa, ya que a los 20 años me visualizaba escritor de narrativa. Yo tenía dudas, me las quitó un concurso que gané a los 20 años, que de alguna manera me vino a cachetear. Son esas cosas de la realidad que, si uno las mira, son inspiradoras. Bueno, acá tenés algo que sabés hacer. Luego di con la dramaturgia y dejé por completo la narrativa. Volví cada tanto, ocasionalmente, casi te diría coqueteando con la narrativa. La pandemia fue el trampolín y ahora estoy entusiasmado con no perder la doble chance. Teatro por un lado y narrativa por el otro.
—Hablemos de escritores que dejaron una huella profunda en vos.
—Las huellas más grandes son siempre las primeras. Cuando todo está más flojo, cuando el barro hace que las ruedas vayan más abajo y ahí queda efectivamente esa huella. Si yo me voy allá atrás, al barro más blando, encuentro a Horacio Quiroga que fue para mí una revelación, la sensación de que alguien puede escribir cuentos infantiles que no lo son. Mirá qué curioso, porque en un mes y medio, se estrena en el Teatro Nacional Cervantes mi obra Salvajada, que es una adaptación del cuento Juan Darién, de Quiroga.
Otro, que recuerdo como un cachetazo, fue Roberto Arlt, un descubrimiento perturbador, la sensación de meterme en un mundo que hasta me daba un poquito de miedo.
—Tu novela se interna en uno de los temas fundamentales del arte de todos los tiempos: el amor. Al cabo de los años que llevas vividos, ¿has podido formarte una idea siquiera aproximada de lo que es el amor?
—Sí. Y en todas sus etapas. Yo disfruto de un matrimonio longevo en el que hemos pasado por todas las etapas: desde las del galanteo hasta las de la constitución de una familia con todo lo que eso presupone. Pero, además, creo que los artistas estamos siempre en búsqueda del amor. A mí me parece que cada obra de arte, entre otras cosas, es un pedido de amor. Tener del otro lado la respuesta afectiva.
—Decí algunas palabras sobre la juntada que protagonizarás con el Tata Cedrón, en el Teatro Argentino de La Plata, el Viernes 9 de junio.
—Le tengo ganas a eso. Creo mucho en el concepto de juntada. Es el fenómeno poético básico: la relación entre dos elementos que nunca se juntaron. Creo que cuando dos cosas se juntan siempre crean una tercera.
No la suma de sus partes, sino algo nuevo. Sé que de ahí va a salir algo poderoso –en el sentido de generador de poder–.
Cada vez que vuelvo a los textos y recuerdo los temas que va a cantar el Tata, más ganas me dan de que llegue ese día.
—¿Qué podés contarnos del reestreno de La Vis Cómica el 20 de junio?
—Otra energía power. En principio, estamos cortando clavos porque hicimos un cambio de sala, vamos a estar en el Centro Cultural de la Cooperación, allí en Corrientes al 1500 frente al Teatro San Martin.
Tenemos muchas granas de volver con una obra que ya entra en cuarta temporada.