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Fernando Birri, el director argentino que filmó con García Márquez

Se habían conocido estudiando Cine en Roma. El escritor colombiano lo consideraba “el patriarca del cine latinoamericano” y lo eligió para llevar a la pantalla grande una de sus historias.

Fernando Birri era director de cine, poeta, pintor y titiritero. Nació en Santa Fe el 13 de marzo de 1925. En los años cincuenta fue a estudiar en el Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma. Allí conoció a Gabriel García Márquez. Por ese entonces nació la idea de hacer una película juntos. Mantuvieron el diálogo a través de los años en México, Cuba y París. Siempre aparecía en la conversación aquél proyecto, pero Gabo decía que no tenía un texto para el cine. Hasta que un día, llamó por teléfono a Birri: “¡Ya está! Acabo de enviártelo”. Era Un Señor muy viejo con unas alas enormes, texto que terminaría integrando el libro de la Cándida Eréndida y su abuela desalmada. Fernando Birri se encerró quince días a trabajar en el guión, a traducir en posibles imágenes de cine lo que en la literatura del Gabo se escucha, se huele, se siente: “Desde el comienzo Gabo me dijo que la película era mía, lo que me permitió trabajar con mayor libertad”.

Estuvo tres años estudiando todo lo referido a “ángeles” en libros religiosos y en la cultura popular: “Gabo también me dijo que en el Caribe la gente alimentaba a los ángeles con alcanfor, pero yo creo que eso son cosas de él”. El ángel que quiso mostrar Birri es un ángel contemporáneo. Uno de los problemas que se le plantearon fue el de la ubicación temporal de la fábula: “Un tiempo sin tiempo como en Macondo o con la fórmula de Había una vez… o un tiempo contingente donde lo político y la poesía, lo maravilloso, pudieran convivir”.

A 30 kilómetros de La Habana encontraron el lugar indicado para la filmación. Hicieron traer 33 cocoteros de un vivero de la capital de la isla y los plantaron. En la película no hay extras; las personas que participan por fuera del elenco son gente que pertenecía a células vecinales que se llamaban Comités de la Revolución. Como un ángel no pasa desapercibido, la noticia de su cautiverio en un gallinero recorrió toda la isla. Fernando Birri hizo dibujar un mapa a la manera de los de la época de Américo Vespucio con el transcurso del rumor para que el espectador comprobara la repercusión del asombro.

Fueron innumerables los problemas de orden práctico que se presentaron, pero Birri los fue resolviendo uno por uno. Uno de los primeros inconvenientes fue: ¿cómo hacer las alas del ángel? “ Las plumas de los gansos en Cuba son objetos preciosos de exportación. Se hicieron croquis de todas las alas imaginables desde que se tenga memoria -pasando por las de Leonardo da Vinci- y se escogió un par tejido manualmente y que me lo pudiera sacar y colgarlo en la alambrada del gallinero como un perchero”, indicó.

La historia tiene el sello inconfundible de García Márquez. Una noche de tormenta cae extenuado por un largo viaje o por un accidente aéreo en la playa de un pueblo, un señor muy viejo con unas alas enormes. Un hombre y una mujer lo encuentran sobre la costa rocosa en estado de shock, entre cangrejos, y lo socorre. Como nunca habían visto cosa parecida lo meten en el gallinero. La pareja tenía en su ranchito un bebé que hasta esa noche estaba enfermo. Desde entonces recuperó la salud, lo que hizo que el pueblo creyera que esa criatura caída del cielo tenía virtudes divinas y comenzaron a pedirle milagros.

El ángel queda cautivo, como si fuera un animal de circo, a fin de explotar sus posibilidades económicas de milagrero. Era la atracción milagrosa del lugar, llenando de monedas de plata un tacho de hojalata utilizado como cofre. Hasta que un ilusionista lujurioso, apodado “Lucky”, acompañado de la mujer araña, entre robos y cartas de la suerte irá quitando la clientela al ángel. Un día, seis años después de la aparición, Elisenda -la dueña de casa-, estaba en la cocina pelando una cebolla, cuando sintió un resoplido como de bestia azotando la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas de vuelo. Eran tan torpes, que abría con las uñas un surco de arado en las hortalizas. Finalmente el ángel, recuperando aquel estado casi olvidado, se fue con su torpe vuelo de gran pájaro senil.

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