Cultura

Gabriel Báñez, un novelista para no olvidar

Es uno de los autores platenses más prolíficos y personales, autor de una obra difícil de encuadrar y cuya originalidad fue merecedora de premios y traducciones.

Gabriel Báñez nació en 1951 en La Plata y le fue fiel a la ciudad hasta el final, ese final que él apresuró cuando tenía solo 58 años.
Pasó su infancia en una casa chorizo de la calle 38 entre 18 y 19.
Ahí, ese chico de pocas palabras en sus horas de encierro comenzó a familiarizarse con los libros. Una tarde, en un diccionario vio el dibujo de un planeador, él le imaginó un piloto que se lanzaba en paracaídas para caer justo en la plaza de La Loma. El planeador seguía su curso y se estrellaba contra la iglesia del barrio. Esa fue la primera historia que escribió. Iba en tranvía a la escuela, y en esos lentos desplazamientos seguía imaginando historias mirando por las ventanillas.

Comenzó haciendo periodismo en algunos diarios de tirada nacional, conoció la música de las máquinas de escribir ejecutadas en las redacciones: “Esa melodía invisible, pero que queda flotando como una historia de muchos, casi anónima”.

Dijo que en 1981, manejando su auto en plena avenida 9 de Julio frente al edificio de Obras Públicas, había sido abducido por extraterrestres. Atravesó una neblina y de golpe apareció, con auto y todo, en medio de un panorama desolador, una ciudad semidestruida, conocida pero extraña a la vez. Sin tránsito, sin gente. Luego reapareció en medio del caos y con el auto girando en el Obelisco. Habían pasado dos horas. Dice que esos seres extraños le implantaron un chip en el brazo derecho, que podía verse en radiografías. Le encantaban las historias. Las escribía muy bien. Y le gustaba que los demás escribieran. Su taller literario era célebre por la generosidad con la que se prodigaba y su manera de estimular a los alumnos.

En 2007 se estrenó Los chicos desaparecen, una película de Marcos Rodríguez con un elenco del que formaron parte Lorenzo Quinteros, Norman Brisky y Ricardo Ibarlín, basada en la novela homónima de Bá­ñez, quien también se encar­gó del guion. Había estudiado cine, du­rante tres años, en la Facultad de Be­llas Artes de La Plata, “pero solo buscando palabras”.

Un maestro del género policial

Su obra aún espera el reconocimiento que se merece, más allá de la buena acogida de sus libros por parte de la crítica o de haber sido traducido. Es autor de las novelas Parajes (Premio Provincial de Novela Roberto J. Payró), La cisura de Rolando (Premio Internacional de Novela Letra Sur), El capitán ­Tresguerras fue a la guerra, Góndolas y El circo nunca muere, entre otras. En todas sus obras aparece el humor, el mismo que tenía en su vida cotidiana. Decía que era pelado porque había hecho un tratamiento para quedar así.

De manera póstuma se publicó Jitler, una novela policial atravesada lúcidamente por el absurdo. Luis Chitarroni dijo de este libro: “Es un best seller de buena factura en el que uno advierte en gran medida qué grado tan alto de profesionalismo y de fruición ponía Gabriel en juego”. En esta novela nuestra ciudad está muy presente, con el Museo de Ciencias Naturales como escenario, en los años en que era dirigido por Francisco Pascasio Moreno, quien contrata a un científico alemán para clasificar los restos óseos de las víctimas cobradas por la llamada Conquista del De­sierto. Pero lo que encuentra el antropólogo alemán en el subsuelo del Museo de La Plata no son solo huesos, sino “representantes vivos de razas inferiores”, al decir de Perito Moreno, los cuales eran exhibidos desnudos para su estudio en vivo y en directo. Situación que parece nacida de una fantasía desbordada, pero que es fiel a los registros históricos, sobre esos hechos construyó Gabriel Báñez una formidable historia de poco más de cien páginas en la que puede escucharse hasta la voz de Hitler.

También nuestra ciudad está presente en Hacer el odio, una novela de 1984 en la que se alude a las huellas dejadas en el imaginario social por el terror militar. El discurso represivo mostrado no ya en los verdugos, sino en el ciudadano común. Un sereno antisemita de la Facultad de Ciencias Exactas que durante las noches pinta esvásticas en las paredes y recuerda con beneplácito el incendio del Teatro Argentino y la quema de bibliotecas.

Gabriel Báñez escribió alguna vez que la muerte nunca llega en el momento justo; si no, no habría asesinos. También decía que, cada vez que un hombre muere, un secreto se queda para siempre sin develar. Nos quedan sus libros para intentarlo.

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