CULTURA

Gerardo Mario Goloboff de La Plata a La Sorbona

Es un muy reconocido escritor y docente platense, fundador de varias revistas y biógrafo de Julio Cortázar y Jorge Luis Borges.

Gerardo Mario Goloboff nació en Carlos Casares el 14 de marzo de 1939. A los 16 años se radicó en La Plata, para estudiar en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Una vez recibido de abogado, comenzó a estudiar Letras, carrera en la que se doctoró en La Sorbona, París.

Sus primeros cuentos fueron publicados en revistas de su pueblo, y en La Plata se conocerían algunos de sus poemas a través de distintos medios locales. Su primer libro lo publicó a los 27 años, bajo el título Entre la diáspora y octubre. Participó de Hoy en la Cultura, revista que publicó 29 números entre 1961 y 1966, entre cuyas plumas figuraban Pedro Orgambide, David Viñas y Raúl Larra, y posteriormente se incorporó a El escarabajo de oro, la mítica revista dirigida por Abelardo Castillo y Liliana Heker. En esta última publicación compartió la redacción con Vicente Battista, con quien fundaría, en 1970, la revista Nuevos Aires, que pretendía ser un instrumento para que la creación y el pensamiento crítico contribuyeran a la mejor comprensión de la aventura de la época que les había tocado vivir.

En 1973 fue invitado por la Universidad de Toulouse para ejercer la docencia en sus aulas. Llegó a Francia con una primera novela terminada, Caballos por el fondo de los ojos. Y en ese país enseñó Literatura hasta 1999, tarea que durante muchos años también cumplió en la Universidad Nacional de La Plata, donde fue designado “profesor extraordinario”.

En 1978 publicó Leer Borges, un libro que estudia todas las vertientes de la obra del gran escritor argentino. Su obra novelística cuenta con varios títulos, entre otros Criador de palomas, que narra la historia de un niño al cuidado de su tío, que se dedica a la cría de palomas, las cuales terminan apareciendo asesinadas, haciendo que los crímenes de la última dictadura argentina entren por todos los poros del libro; La luna que cae, una historia de amor atravesada por los fantasmas del tiempo; El soñador de Smith, un personaje que aparece en libros anteriores y que predice el futuro a través de los sueños; y Comuna Verdad, la historia novelada de una comuna anarquista. Sus libros fueron traducidos a varios idiomas.

Para escapar de la pesadumbre de las grandes narraciones, Goloboff también ha incursionado en microrrelatos que reunió bajo el título Recuadros de una exposición, elaborados poéticamente y con una gran intensidad.

En 1998 publicó Julio Cortázar. La biografía, un libro en el que, además de analizar la obra, incluye documentos, cartas, fotografías, testimonios de familiares, alumnos y amigos del autor de Rayuela. Dijo Goloboff: “Durante la hechura del libro fui conociendo a otro hombre diferente al que yo había imaginado y hasta tratado en vida. A través de cartas, testimonios y documentos diversos, vi a un Cortázar que, siendo ya famoso, se ocupaba y preocupaba por los problemas de los demás de una manera muy generosa y humana. Y que actuaba en la sociedad y en la política por absoluta convicción, algunas veces con ingenuidad, pero siempre con sinceridad y desprendimiento”.

Este escritor que se jacta de hacer “fettucine a la pirata” –una receta toscana del siglo XVII que solo él sabe cocinar–, y que sigue siendo hincha del Club Atlético de Carlos Casares, tiene muy presente en su vida y en su obra a nuestra ciudad. En uno de los relatos de La pasión según San Martín hace constante referencia a La Plata: “Me resultó difícil reconocer de nuevo la ciudad con sus inmensos rascacielos, la plaza de nuestra juventud partida en dos e inundada por puestos de golosinas y helados, los pueblerinos bares del centro convertidos en drugstores o en monumentales y ya insoportables librerías. (¡Librerías! Mercados… Las otras, las que habían sido lugar de nuestro enamoramiento y nuestra dispersión, habían caído al perder sus centinelas: ya no estaba más en la esquina de la diagonal, ya no estaba Luis en la mitad de la calle 4, ya no estaba Don Benvenuto en la calle 48 ni en ninguna parte: la muerte del viejo anarquista debía haber llegado como una despaciosa página en blanco, la primera)”.

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