CULTURA
Luis Sepúlveda y el arte de vivir muchas vidas
Tripuló un barco ballenero a los 16 años, hizo teatro con Víctor Jara, fue guardaespaldas de Salvador Allende y vivió un tiempo en plena selva amazónica. Además, se erigió como uno de los grandes escritores chilenos.
Luis Sepúlveda fue un chileno universal. Nacido en Ovalle, región de Coquimbo, el 4 de octubre de 1949, escribió Un viejo que leía novelas de amor, Historia de una gaviota y el gato que le enseñó a volar, Mundo del fin del mundo y La lámpara de Aladino, entre muchos otros libros que se leen con fascinación y gratitud. Un escritor que nunca colgó su alma de un clavo para arrebañarse con un cencerro colgado del cuello. Alguien que se internó en la selva, allí donde la naturaleza pinta el pecho de los guacamayos o los tucanes pasan con el pico embarrado de crepúsculos. Pero también se internó en otra selva: la de las palabras, para contarnos historias que quedan girando en nuestra memoria como pequeños planetas dorados que no nos cansamos nunca de recordar.
A pesar de haber comenzado publicando algunos poemas y cuentos en su juventud, Sepúlveda se convirtió en un fenómeno internacional gracias a sus novelas, con miles de lectores en todos los continentes y traducidas a más de veinte idiomas. Un aspecto muy presente en su vida fue haber pertenecido a una generación que sufrió una profunda derrota. Pero no se trató de una derrota que lo avergonzara, sino, por el contrario, simbolizó un motivo de orgullo; pues nunca formó parte del batallón de los arrepentidos. “Luzco mi pasado con un tremendo orgullo porque sé que hicimos lo que había que hacer y siempre he seguido defendiendo lo que son mis principios”, afirmó Sepúlveda en un reportaje radial, y agregó: “No me reciclo. No me transformé en un lumpen al servicio del Estado como lamentablemente hicieron muchos de mis excompañeros. No me transformé en un parásito de la parafernalia estatal. Siempre me sentí muy orgulloso de ganarme el pan que me como con mi trabajo, no dependiendo del Estado. Eso me ha permitido mantener muy en alto esos principios que yo considero que todavía tienen un enorme valor y se sustentan en la coherencia política y en actuar cuando hay que actuar.”
Empezó a militar políticamente muy joven, a los trece años. En primer lugar, en las Juventudes Comunistas de Chile, partido que había sido fundado en 1932 y tenía una fuerte presencia entre los estudiantes universitarios. Después de la muerte del Che Guevara, en 1967, a Sepúlveda -como a miles de militantes comunistas- no le gustó la respuesta oficial que dio el partido. Pocos meses después, fue expulsado en una especie de acto de fe que se hizo en un teatro de Santiago. Algunos de sus compañeros se fueron al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Otros, como él, se incorporaron al Partido Socialista. Fue miembro de la guardia personal del entonces presidente Salvador Allende. En 1979 se unió a las brigadas internacionales de apoyo a la guerrilla en Nicaragua y, tras la victoria sandinista, se trasladó a Alemania. El autor de El fin de la historia se definía como latinoamericanista y no se casó con ninguno de los grandes bloques de poder; entendía que, como continente, teníamos derecho a nuestras propias soluciones y experiencias.
Tuvo la posibilidad de conversar con Fidel Castro en tres ocasiones. Lo describió como un hombre con una capacidad de trabajo inagotable, al que incluso tuvo que “sufrir” en carne propia: “Una vez lo acompañé a una fábrica donde le dieron un montón de problemas a solucionar y me di cuenta de que era un hombre que sabía de todo, la enorme curiosidad que sentía lo llevaba a preguntar por todo antes de llegar a una conclusión.”
Siempre concibió la escritura como sitio de resistencia de la memoria y de los sueños. Para él, ser escritor no podía significar otra cosa: “Guimaraes Rosa decía que narrar es resistir, y es lo que he hecho siempre, ha sido mi fortaleza. Y resistir no solamente las injusticias, sino también la estupidez que a veces amenaza con imponerse en todos lados.”
Luis Sepúlveda murió en España el 16 de abril de 2020, víctima del coronavirus. Tenía 70 años.