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Hipólito Yrigoyen: cuando el radicalismo fue nacional y popular

Fue el primer presidente argentino electo por el sufragio universal, secreto y obligatorio. Su vida tiene muchas aristas poco conocidas.

Hacia el final de sus días –al comienzo de la década del treinta- estaba rodeado solo de libros, con los cuales mantenía la apacible relación que se tiene con los animales domésticos. Pero ese hombre de vejez contemplativa había sido un hombre de acción. A lo largo de ocho décadas había tenido la versatilidad suficiente para desempeñarse en los más diversos oficios: comisario de Policía; presidente del Consejo escolar; docente de historia, filosofía e instrucción cívica; estudiante de abogacía; diputado; líder revolucionario y, finalmente, presidente de la República. Corriendo el riesgo de provocar un alud capaz de sepultarlo tempranamente, Hipólito Yrigoyen escribió una página memorable de la historia argentina.

Apodado el “Peludo”, por su feroz aversión a mostrarse en público, conocida era la dificultad con que debían enfrentarse los periodistas que pretendían entrevistar a Hipólito Yrigoyen. Pero más conocidas aún fueron las difamaciones de las que fue víctima. No obstante, Yrigoyen abría su despacho de Casa de Gobierno o el ámbito de su casa -bautizada “la cueva de la calle Brasil”-, para recibir a la larga concurrencia que esperaba en sus antesalas. Su arribo al Gobierno en 1916 había dejado absorta a la élite oligárquica, a pesar de que no era un ignoto en el establishment.

Según el historiador Norberto Galasso, el célebre político argentino fue el hombre del misterio: no bebía, no fumaba, no iba al cine, no iba al teatro, ni hablaba por teléfono. En ese sentido afirmó: “Algún humorista ha dicho que se estaba perdiendo, pero no era así, en realidad, él concentraba todas sus fuerzas en la ascensión electoral y en la construcción política”. Aún hoy es muy difícil comprender cómo, en aquella época sin televisión, ni celulares, ni internet, Yrigoyen consiguió formar un movimiento, primero en la provincia de Buenos Aires, y luego extenderlo a todo el país a través de un mecanismo cuasipersonal.

En 1930, el periodista Luis Pozzo Ardizi recurrió a personajes cercanos a Don Hipólito para armar un reportaje que diera cuenta de la indescifrable vida privada del presidente. La entrevista se publicó bajo el título ¿Cómo es el doctor Yrigoyen en la intimidad? y fue realizada en uno de los momentos políticos más álgidos de su segunda presidencia. Allí reveló que Yrigoyen residía en una humilde morada de la calle Brasil 1039, acompañado por su hija Elena. Dormía en una piecita del centro de la casa, arreglada con sencillez, en la que se destacaba una cama de bronce de una plaza y de cuya cabecera pendía un crucifijo. Como si su vida mantuviera la transparencia incomprensible de los diamantes.

Un representante de la policía que desde hacía tiempo prestaba servicio en la presidencia le detalló a Pozzo acerca de la vida austera del hombre que regía los destinos de la Argentina: “Por la mañana la puerta se abre a primera hora, pero las persianas de los balcones jamás se tocan. El presidente - agregaba- se levanta temprano y toma mate […] A la casa de la calle Brasil llegan todos los diarios de la capital; y al decir todos, incluyo los diarios extranjeros que aquí se editan”. Asimismo, reveló que a Don Hipólito le gustaba tomar fresco, y que por lo general se instalaba en el patio en un sillón y mandaba a algún hombre de su confianza en busca de helados de crema. “A nosotros nos trata muy bien -afirmó el representante-. Nos quiere mucho. Conversa cada vez que nos encuentra a mano. Se interesa por nuestra salud y por la familia”.

Ladislas Soblek fue un modista checoslovaco y encargado de cortar los sacos para Yrigoyen. Afirmaba que al presidente nunca le interesó en lo más mínimo darle continuidad a las modas: “Se estacionó en las de hace cuarenta años y no quiere salir de ellas. Solapa corta y botones muy altos, chalecos cerados y pantalón derecho sin botamangas.” Mientras que en la dársena norte, un viejo italiano, cuyo nombre es Antonio Giglio, le revelaba que el “dotor” solía regalarle los trajes que ya no usaba: “Es muy bueno, señor. Lo calumnian mucho. Nunca hace mal a nadie. Nunca se enoja...”.

Más allá de las profundas contradicciones evidenciadas en sus dos presidencias, su vocación nacionalista llevó a Hipólito Yrigoyen a fundar YPF, apoyar a la Reforma estudiantil de 1918, y oponerse a la intervención norteamericana a Nicaragua considerando que “los pueblos deben ser sagrados para los pueblos”.

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