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La desconocida historia de la hermana de Jorge Luis Borges

Tener el mismo apellido que el escritor opacó su gran talento, invisibilizando no solo la obra sino también la vida de una mujer fuera de lo común.

Ambos descendían de una familia de próceres que tuvieron un rol protagónico en las luchas de independencia y en las guerras civiles. De su padre, Jorge Guillermo Borges -cuya carrera de escritor quedó truncada por una temprana ceguera-, heredaron la formación literaria y un marco intelectual y filosófico; se criaron en su biblioteca, de la que Jorge Luis confesó no haber salido jamás. En tanto que su madre, Leonor Acevedo, les legó su identidad porteña, la pertenencia a la Argentina a través de sus antepasados.

Durante muchos años, a Norah se la recordó como la hermana de Borges. No necesitó envejecer ni morirse para ser olvidada. Esa mujer con demasiado apellido siempre estuvo condenada a ser “la hermana de...”. Sin embargo, la desatención padecida fue proporcional a la notable obra que dejó como pintora. Para describir su personalidad, Jorge Luis Borges alguna vez afirmó: “En todos nuestros juegos era ella siempre el caudillo, yo el rezagado, el tímido, el sumiso. Ella subía a la azotea, trepaba a los árboles y a los cerros. Yo la seguía con menos entusiasmo que miedo”.

Nació con el nombre de Leonor Fanny Borges el 4 de marzo de 1901, en el barrio porteño de Palermo; pero fue conocida con el apodo que le puso su hermano, Norah, por el personaje de Casa de Muñecas, de Ibsen. A causa del tratamiento que su padre realizaba contra la ceguera, su formación escolar fue en Suiza. Más tarde se instaló en España, donde tuvo la posibilidad de frecuentar los círculos intelectuales de la vanguardia ultraísta de los años veinte, cuya figura más importante fue Rafael Cansinos Assens, que trajo la renovación de los postulados literarios, erigiéndose como una feroz oposición contra el modernismo. Norah pronto abandonó el campo literario -tal vez, evitando celos y competencias con su hermano- y abrazó definitivamente las artes plásticas.

Velada por una sombra entusiasta, comenzó a pintar todos los días, aunque solamente con la luz natural de la mañana. El domingo no tocaba lápices ni pinceles. En total, su familia estuvo doce años en Europa (en Ginebra, Madrid, Sevilla y Mallorca) y Norah aprovechó para formarse en las distintas artes, especialmente, en pintura y dibujo. Tardaba varios meses en terminar un óleo. Una vez listo, solo se lo mostraba a la familia y a algunas amigas; finalmente, lo exhibía sobre una tarima, en espera de algún interesado.

En un reportaje que le hizo el periodista y poeta mendocino Rodolfo Braceli, que tituló: “Perdonen, Jorge Luis era hermano de ella”, Norah afirmó: “Siempre pinto por la mañana temprano y en mi casa. Los colores son del color que son solo por la mañana. Atelier nunca tuve, y cuando pintaba no me gustaba que nadie me viese”. En 1934, diseñó el vestuario para Égloga de Plácida y Vitoriano, de Juan del Encina, representada en Santander por el Grupo Teatral La Barraca, dirigida por Federico García Lorca. Al recordar su encuentro con el célebre poeta español fusilado por el franquismo en los primeros días de la Guerra Civil, Norah afirmó que lo que más le había llamado la atención era su altura.

Los pequeños detalles

“Mi hermano era muy inteligente en los grandes temas, pero en los pequeños detalles de la vida no sabía nada”, recordaba Norah a propósito del autor de El Aleph. Asimismo, muchas coincidencias unían a los hermanos, por ejemplo, el amor a los aljibes. Norah se preguntaba: “¿En el cielo habrá aljibes? Que haya, que haya, así puede ser feliz Georgino (así lo llamaba a Jorge Luis)... Sabe, él no era tan malo, no tenía tiempo de ser malo, leía todo el día”.

Ella sólo dibujaba los rostros que para ella eran “interesantes” o “sutiles”, cuyos rasgos esenciales encontraba siempre por la calle, en un café o en el tranvía. En una oportunidad, una amiga rica le propuso retratar en un estand a transeúntes que estuvieran por el Plaza Hotel, pero ella rechazó la jugosa oferta porque no podía saber de antemano si esas caras le iban a llamar la atención. Una vez instalada en Argentina, mantuvo un vínculo muy cercano con grandes figuras de la intelectualidad nacional: Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Eduardo Mallea, entre otros. Murió el 20 de julio de 1998. Sus cuadros han quedado dispersos, la mayoría de ellos se encuentran en España.

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