La guerra y el nacimiento del cine
Un episodio bélico fue el detonante para que naciera una industria cuyo esplendor llegaría en el siglo XX de la mano de Hollywood.
El 15 de febrero de 1898, el acorazado norteamericano Maine se hundió en el puerto de La Habana, cobrándose las vidas de dos oficiales y 266 marinos que se hallaban a bordo. Aunque nunca se supo qué o quién produjo el hundimiento del barco, fue la excusa principal para la intervención norteamericana en Cuba. Así llegó la guerra entre Estados Unidos y España por los últimos restos del gran imperio realista. No obstante, es creencia en su estado más crudo que la primera incursión del cine y la propaganda en el lodoso terreno bélico se desató a raíz de lo que ocurrió en la isla.
El productor inglés James Stuart Blackton, ingeniero de profesión, es considerado el padre de la animación porque, en 1898, fundó La Vitograph, probablemente la primera empresa de la industria cinematográfica. A los 10 años se radicó en Estados Unidos, ejerció el periodismo, y quedó fascinado con Thomas Alva Edison cuando fue a entrevistarlo a propósito de su invención de un proyector cinematográfico.
En el marco de las hostilidades desatadas en la isla caribeña, Blackton aprovechó para rodar el mismo día de inicio de las acciones bélicas la película Arriando la bandera española. Montada en un ático neoyorquino, la primera toma muestra cómo se arriaba el pabellón realista y se izaba en su reemplazo la de las barras y estrellas, teniendo como fondo una de las vistas más representativas de La Habana Vieja, el Castillo del Morro. Fueron apenas 38 segundos de película absurdamente propagandística, pero significó el nacimiento de un nuevo género: el cine bélico.
Asimismo, el primer documental de guerra amañado fue la filmación del combate naval de la Bahía de Santiago de Cuba (que aconteció el 3 de julio de 1898), donde la escuadra del almirante Pascual Cervera cayó estrepitosamente ante los modernos barcos norteamericanos.
El cortometraje fue dirigido por Edward H. Amet y asesorado por William H. Horward, quienes en un jardín reprodujeron con escayolas, cartón y corcho el lugar donde se había librado la batalla; construyeron un pequeño estanque y utilizaron maquetas basadas en fotografías de los barcos que habían tomado parte en ella, siendo disparados sus cañoncitos con un ingenioso dispositivo eléctrico. Las temibles olas fueron imitadas con un ventilador, y un cigarrillo daba el humo necesario para completar la escena.
Los secretos de una farsa
Edward H. Amet hizo pasar el filme por auténtico y, como quería que la batalla se librara por la noche, afirmó con todo aplomo haber utilizado una película supersensible a la luz lunar y un teleobjetivo capaz de alcanzar los diez kilómetros. El “enfrentamiento” quedó tan bien que incluso el propio gobierno español exigió una copia.
Todo indica que Blackton se inspiró en una película rodada un año antes por George Méliès, donde el director francés había tenido la idea de utilizar maquetas para la realización de un “documental” sobre la guerra greco-turca. Todo el mundo creyó que Amet había logrado filmar el enfrentamiento, no recrearlo. Lo cierto es que España perdería sus últimas colonias a manos de Estados Unidos y quedaría sumida en una profunda crisis política y económica cuyas consecuencias perduraron por muchos años.