CULTURA

La historia del Carnaval

Se trata de una fiesta popular con un gran recorrido y con una fuerte presencia en la ciudad de La Plata y alrededores, que encarna la necesidad de llenar las calles de alegría.

Ya están entre nosotros, intentando dar color a estos días entre la guerra y la malaria económica. El Carnaval es probablemente el ritual más emblemático de la región. Sin necesidad de extenderse en su mística y metáforas, cientos de disfraces invaden las calles de muchas ciudades con sus redobles y alegría.

La historia de los carnavales se abre como un museo en permanente construcción, ya que se renueva ininterrumpidamente con el aporte de las nuevas generaciones. Es una celebración cuyo génesis se encuentra en las fiestas paganas y que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana. Conlleva, al igual que las vacaciones, un sentimiento que relaja las costumbres formales durante unos pocos días. Hasta hoy sigue siendo motivo de comentario de cronistas, viajeros y políticos.

“Llegado el Carnaval se pone en uso una desagradable costumbre: en vez de música y disfraces y baile, la gente se divierte arrojando baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa”, escribió alguna vez Juan Bautista Alberdi. “Se emplean huevos vaciados y llenos de agua que se venden en las calles. A la salida del teatro, el público es saludado por una lluvia de esos huevos. Las fiestas duran tres días y mucha gente abandona la ciudad en ese tiempo, pues es casi imposible caminar por las calles sin recibir un baño”, comentaba.

Según algunos autores, el origen del Carnaval tal como lo conocemos se remonta a miles de años y lo sitúan en el auge del Imperio Romano. Otros, en cambio, lo vinculan a Grecia y a festejos de veneración a Dionisio, hijo del gran Zeus y bautizado “el dios del vino”. Esta festividad llegó a América con la Conquista, como un ritual pagano del que el imperio católico no pudo desprenderse. La murga proviene del sur de España, de Cádiz, donde alcanzó un gran desarrollo y en la actualidad se despliega en celebraciones multitudinarias. En todas partes su fecha de celebración es a fines de febrero, en nuestro hemisferio, en tiempo de transición hacia el otoño.

Más allá de las cambiantes lecciones que otorga la memoria, los carnavales son un rasgo fundamental de nuestra historia nacional. “Recién llegado a Buenos Aires, me fui a ver el corso en El Desván de Clío. La primera persona que encontré fue un exministro de Relaciones Exteriores. Llevaba muy serio de la brida un petiso encajado con flores, en que estaba sentado su hijito de 5 años, disfrazado de salvaje. Desempeñaba esa misión con tanta gravedad como si hubiera redactado un protocolo y la cosa parecía sumamente natural a todos. El presidente de la República acertó a pasar en coche descubierto y lo mojaron hasta empaparlo. El presidente, el exministro, el chiquitín y los concurrentes se destornillaban de risa. El presidente aquel era Sarmiento”, relató Alfredo Ebelot.

Coco Romero, músico e investigador de la historia de los carnavales, afirma: “El Carnaval habla de cortar con las prohibiciones, de que somos todos iguales y es una buena práctica de conducta social: para el poderoso y para el que no tiene poder, porque nos pone a todos en un marco de igualdad”. Las murgas suelen expresar los humores populares, dar cauce a sus críticas e ilusiones. En ese sentido dijo Romero: “Hay muchas cosas para decir y es una forma de expresión más allá de lo musical o de la danza, tiene que ver con el peticionar, con decir acá estoy y con entender que atraviesa las clases sociales dentro de una comunidad”.

Si bien todos los festejos de Carnaval tienen una esencia igualadora, hay particularidades regionales. “Hay tantos tipos de Carnaval como territorios en nuestro país, pero también hay un Carnaval del exilio y de los afectos, donde cada uno lleva impregnada su propia vivencia de la celebración y la traslada a lo largo y a lo ancho de la Argentina.”

En estos días, nuestra ciudad fue testigo de sus propias tradiciones: murgas de varios estilos, candombe, comparsas, talleres de máscaras para las infancias y funciones de teatro gratuitas. Abundan los ejemplos. A pesar del paso del tiempo, el rito de la felicidad popular está dispuesto a no dejarse vencer por el tiempo ni por las negras nubes que se ciernen sobre el horizonte.

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