La mujer que tuvo que disfrazarse de hombre para ganarse un lugar

Concepción Arenal fue una escritora y abogada que entró a un mundo que parecía cerrado exclusivamente para los hombres y que ella abrió para todas las mujeres.

La caridad y la filantropía fueron elementos sustantivos en la vida de Concepción Arenal. Sin embargo, su beneficencia no era la práctica degradada propia de las limosnas y ese híbrido paternalismo tangencial, sino una conducta basada en la equidad y en la justicia inherente a la fraternidad humana. Dedicada al estudio desde muy joven, se trasladó con su familia a Madrid. Su padre había sido combatiente en la guerra de independencia y desterrado por el absolutismo. Concepción prosiguió su formación en la capital, donde se casaría con el abogado y escritor Fernando García Carrasco.

Nacida el 31 de enero de 1820 en Ferrol (Galicia), se enfrentó a las convenciones de su tiempo y dedicó muchas de sus energías a defender a las personas más desfavorecidas. Su firme convicción por aprender –una curiosidad intelectual que nunca sació por completo–, guio sus primeros años de vida, aun cuando su madre se oponía formalmente a que cursara estudios superiores. El padre de Concepción Arenal fue un militar de alto rango durante gran parte de su carrera. No obstante, su ideología liberal, opuesta al régimen absolutista de Fernando VII, hizo que fuera castigado y enviado a prisión en varias ocasiones. Esas estancias lo enfermaron, y acabó muriendo en 1829, cuando Concepción tenía solo nueve años.

Concepción Arenal asistió a algunas clases de Derecho en la universidad, pese a no poder cursar la carrera ni alcanzar ningún título. Lo hizo, además, “vestida de hombre”, cortándose el pelo y utilizando sombrero y pantalones, como rescatan las informaciones al respecto. Su verdadera identidad acabó descubriéndose y la reacción de la cúpula universitaria no se hizo esperar: decidieron ponerla a prueba con un examen. Y para sorpresa del rector y de todos los integrantes de la universidad, lo superó con creces. Ni siquiera una institución tan reacia a las mujeres pudo negarle su educación.

En 1864 fue nombrada visitadora general de las cárceles de mujeres, cometido en el cual ejerció una labor eficacísima. En aquel momento, los edificios carcelarios resultaban espacios sórdidos donde los presos se hacinaban como en un depósito y toda expectativa de reinserción social quedaba difuminada y descartada. Concepción Arenal fundó la revista La Voz de la Caridad, donde exponía su pensamiento y trazaba líneas de acción, lo que le granjeó fama y una autoridad que se extendió allende de las fronteras españolas. Desde las páginas de esta publicación, Arenal luchó por defender la necesidad de reincorporar a las mujeres reclusas a la sociedad y promulgó la importancia de brindarles una segunda oportunidad.

Al principio de su trayectoria, había participado en numerosas tertulias políticas y literarias disfrazada de hombre, y más adelante sus obras empezaron a hacerse eco de las injusticias sociales que la habían afectado a lo largo de su vida. El feminismo fue uno de los pilares de su obra. En La educación de la mujer (1862) recalcaba que “es un error grave y de los más perjudiciales, inculcar a la mujer que su misión única es la de esposa y madre”, y que lo “que necesita la mujer es afirmar su personalidad (...) y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene derechos que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie, un trabajo que realizar”.

Sin embargo, su trabajo nunca se limitó solamente al papel: en 1872 fundó la Constructora Benéfica, dedicada a la construcción de casas baratas para obreros, y colaboró organizando la Cruz Roja del Socorro, para tratar a los heridos de las guerras carlistas. También defendió a las mujeres para que pudieran dedicarse a profesiones que hasta entonces les estaban vedadas. Ideas que también respaldaron otras mujeres de su tiempo, entre ellas, Gertrudis G. de Avellaneda, Carolina Coronado, o Cecilia Böhl de Faber, y que luego desarrollarían Victoria Kent y Gabriela Mistral, entre otras. Hasta el último día de sus 73 años de vida, Concepción Arenal seguía colaborando en distintos periódicos, y defendiendo ardientemente el derecho de las mujeres a ser tratadas en pie de igualdad con los hombres.

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