La primavera que cambió la historia de un país

Los comienzos de 1968 es el telón de fondo de la novela La insoportable levedad del ser, que muestra los profundos cambios que sufrió entonces Checoslovaquia.

En 1968, Checoslovaquia era uno de los países más industrializados de Europa del Este. La inmensa mayoría de la población tenía las necesidades materiales básicas satisfechas. Pero eso no alcanzaba. Algo muy poderoso se estaba gestando en las profundidades del pueblo, e iría tomando forma en los consejos de fábricas, las movilizaciones de la juventud, la unión de escritores y, sacudirías las propias estructuras del gobierno, entonces en manos de un ala del Partido Comunista checo, que controvertía la tutela rusa.

Había un hartazgo con el clima de opresión intelectual reinante, impuesto por la burocracia del Kremlin. Buscaban establecer un “socialismo con rostro humano”. El líder político Dubček afirmó que la misión del partido comunista era “construir una sociedad socialista avanzada sobre bases económicas sólidas... un socialismo que corresponda a las tradiciones democráticas históricas de Checoslovaquia, de acuerdo con la experiencia de otros partidos comunistas...”.

Una de las victorias obtenidas fue la abolición de la censura. El 4 de marzo de 1968, por primera vez en la historia de ese país se logró arrancar la censura como prerrogativa del Estado. Esa medida profundamente democratizadora se inscribía en un programa de acción que incluía libertad de expresión y libertad de movimiento: “El socialismo no puede significar solo la liberación de los trabajadores de la dominación de explotar las relaciones de clase, sino que debe hacer más provisiones para una vida más completa de la personalidad que cualquier democracia burguesa”. Proponía mantener con la Unión Soviética relaciones de colaboración pero no de sumisión, y un estricto control de las tareas de la policía secreta.

Los cinco integrantes del Pacto de Varsovia (Unión Soviética, Hungría, Polonia, Bulgaria y Alemania Oriental) se reunieron en Dresden, interrogaron a una delegación checoslovaca sobre las reformas planeadas, e infirieron que esa “democratización” implicaba una velada crítica del modelo soviético. Lo que podía provocar una reacción en cadena en el resto de los países ubicados bajo la influencia soviética. Por ello, por razones geopolíticas se consideró que debía enfrentarse la sublevación checoslovaca y, el 21 de agosto el país fue invadido.

Si bien Alexander Dubček pidió a su gente que no se resistiera, la reacción popular adoptó múltiples tácticas para oponerse al invasor: descarrilamiento de trenes, barricadas, radios y canales de televisión clandestinos, grafittis que tapizaban Praga, ataques con molotov y adoquines e infinidad de actos de sabotaje. Las señales de tránsito en las ciudades fueron eliminadas o pintadas, excepto aquellas que indicaban el camino hacia Moscú. 23 eran el número de tanques soviéticos, 23 (simbólicamente) eran los años que habían pasado desde que los checos se liberaran de los nazis. Los liberadores de entonces eran los invasores actuales.

Ni Rumania ni Albania participaron en la invasión. El comando soviético se abstuvo de recurrir a las tropas de Alemania Oriental por temor a revivir los recuerdos de la invasión nazi en 1938. Durante la invasión de los ejércitos del Pacto de Varsovia, 72 checos y eslovacos fueron asesinados y 266 heridos de gravedad. La invasión se apoyó en la llamada “Doctrina Brézhnev”, según la cual la Unión Soviética tenía derecho a intervenir cada vez que un país en el Bloque Oriental parecía estar haciendo un cambio hacia el capitalismo. Doctrina duramente criticada por Mao Tse Tung, quien veía en ella la base ideológica para una posible invasión soviética a China.

El escritor Octavio Paz señaló la afinidad del movimiento de los estudiantes mexicanos con los de los países de Europa del Este. Con dos salvedades: por un lado, el nacionalismo mexicano se enfrentaba al imperialismo estadounidense y, por otro, a la aspiración de una reforma democrática no iba contra el gobierno de un partido comunista sino del Partido Revolucionario Institucional, que ya llevaba cuarenta años ininterrumpidos en el poder.

Aunque en 1968, Jean Paul Sartre estaba casi enteramente dedicado a El idiota de la familia, el libro que dedicaría a Gustave Flaubert ; de inmediato percibió que ese clima de rebelión que se manifestaba en las calles de París, México y Praga, estaba estrechamente ligado a las ideas que había defendido durante 63 años, y fue uno de los primeros intelectuales de izquierda que salieron a denunciar la invasión soviética a Checoslovaquia. El Premio Nober ruso Alexander Solzhenitsyn, autor del Archipiélago Gulag, declaró que la invasión soviética de Checoslovaquia fue para él la gota que colmó el vaso.

En todas las capitales europeas hubo protestas. El 16 de enero de 1969, el estudiante Jan Palach se quemó a lo bonzo en la Plaza de Wenceslao de Praga para protestar contra la supresión de la libertad de expresión. La resistencia generalizada hizo que la Unión Soviética abandonara su plan original y llevó a Dubček, para negociar un plan de reformas moderadas.

Noticias Relacionadas