cultura

Mempo Giardinelli: ¿cómo hacer para que lean los chicos?

¿Morirá la lectura con las nuevas tecnologías? El escritor chaqueño, que cuenta con obras traducidas a veinte idiomas y recibió numerosos premios literarios, ensaya una respuesta a esa pregunta crucial.

La pregunta más frecuente que enfrenta cualquier padre o maestro que quiera transmitir a las nuevas generaciones el placer de la lectura es: ¿qué hacer con los chicos que pasan cada vez más tiempo ante la computadora, todo el día chateando o jugando en red? ¿Cómo ponerles límites y hacer que lean? La ­pregunta muestra lo desconcertados, alarmados o vencidos que se sienten frente a las llamadas nuevas tecnologías.

El escritor Mempo Giardinelli, quien en 1996 donó su biblioteca personal a una fundación dedicada al fomento de la lectura, dice: “Se aprecia en los mayores una impotencia generalizada frente a las infinitas posibilidades de internet y de la computación en general. La facilidad y naturalidad con que los chicos de hoy usan el chat, los video­juegos, los mensajes de texto y todo ese mundo de avances cibernéticos suele resultar por completo atemorizante para los mayores. Y es comprensible que así sea. Aunque algunos podemos recordar que es aproximadamente la misma pregunta que se nos hacía hace un par de décadas, cuando los chicos se pasaban todo el tiempo ante el televisor, el fenómeno es mucho más fuerte e imprevisible, mucho menos conocido en sus intersticios y posibilidades y, por ende, menos manejable”.

Todo lo que se ignora suele producir un temor que deriva en fobias y prohibiciones, o, en el otro extremo, una peligrosa permisividad emparentada con la resignación. ¿Cómo abordar el tema? Por lo pronto, ir por partes.

“Empecemos por descartar la idea simplificadora de que los chicos de hoy han dejado de leer porque ven televisión, como se decía hace una década, o porque están cautivos de internet y de los videojuegos, como se preconiza ahora. Eso no es verdad. No toda la verdad, por lo menos. Sin duda la pésima televisión que somete a nuestra sociedad y la tecnología fascinante de los juegos virtuales ejercen una muy fuerte influencia en los chicos, claro que sí, pero ya sabemos que, si ellos no leen, es en primer lugar porque sus padres y sus maestros tampoco. Y después sí: es indudable la responsabilidad no de las tecnologías, pero sí de los responsables, que en la Argentina son el poder político y comunicacional, cuya miopía cultural y capacidad de vulgarización son tan grandes como groseras”, asegura el autor de origen chaqueño.

Vivimos en una sociedad que se ha degradado velozmente, en todos los aspectos: desde la política a la educación, desde la economía a la comunicación, desde la salud a la lectura. En ese contexto nos encontramos sin saber qué hacer ante una realidad que nos descoloca, y en la que la textualidad electrónica tiene una fuerte presencia.

Ante esto, Giardinelli reflexiona: “Estamos frente a una revolución que deja chiquita a la de Gutenberg y torna minúsculas las anticipaciones de Julio Verne: el universo al alcance de la mano, el conocimiento concentrado en puntos de luz que titilan en una pantalla, las vías virtuales de transmisión del saber renovándose minuto a minuto, el libro convertido en un objeto inmaterial y los textos, que históricamente fueron pergaminos, rollos, códices y luego el amistoso libro impreso que determinó la evolución del saber humano, ahora son una cosa imprecisable a lo que llaman hipertexto o texto virtual. Las llamadas nuevas tecnologías representan la más grande oportunidad y posibilidad multiplicadora del saber, capaz de facilitar hasta el infinito la conexión, los vínculos, la asociación de las ideas y la divulgación democrática del conocimiento. De ahí que el cuestionamiento a ellas debe hacerse con conocimiento y sin prejuicios, especialmente porque se trata de lo que leen y miran nuestros hijos”.

Es evidente que en casi todos los países de habla hispana –salvo excepciones– la “tele” es retrógrada, ultraconservadora, autoritaria, sexista y discriminatoria. Y la sociedad no parece tan preocupada por ese hecho, ni por la “cautividad” de sus hijos frente a ella.

El desenfreno comercial, el mal gusto, la incapacidad estatal de controlar, junto con la idiota apología de lo ordinario y lo vulgar, se ­combinan a diario para deslucir el lenguaje de nuestro pueblo, proponer el ocio improductivo, desviar la atención de problemas importantes, resaltar nimiedades y, entre muchísimos otros resultados ­negativos, hacer que el entretenimiento sea un modo de parálisis social a la par del extravío de las tradiciones lectoras.

Así como hace quince siglos pasamos del códice al libro manuscrito, y hace cinco siglos de este, al libro impreso, ahora el libro ­electrónico obliga a leer en una pantalla de puntos luminosos imperceptibles. Sabemos que la lectura es y será siempre el mejor modo de acceder al conocimiento. Aunque esté domiciliado en una pantalla. Es un hecho que el ser humano, para su crecimiento intelectual, seguirá necesitando siempre de la lectura. Aun frente al ordenador, hay que leer, y no existe otro modo de producción textual que la escritura.
La lectura no ha muerto ni morirá con ninguna tecnología. La historia de la humanidad es y seguirá siendo la historia de la lectura, es decir, la historia de la literatura. Y los viejos, convencionales y entrañables libros que se ajan y amarillean con los años, tal como los conocemos y queremos hasta hoy, seguirán.

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