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Museo de Ciencias Naturales: heridas viejas, pero aún no cerradas

La historia de horror de una de las instituciones más emblemáticas que tiene la ciudad.

Los mitos nos cambian, nos obligan a buscar nuevas formas de contar lo que vemos. El Museo de Ciencias Naturales de La Plata, un imponente palacio de estilo neoclásico levantado en el corazón del Bosque, está inscrito en el espíritu cultural de la ciudad como un modo de desafiar el tiempo. Sin embargo, se trata de un monumento radiante y orgulloso con una historia sangrienta.

Hablar de museos en estos tiempos tan convulsionados por las nuevas tecnologías, inmersos en un presente que todo lo engulle vertiginosamente, nos hunde en la antigüedad de misterios que ocupan un lugar sin espacio, más allá de la literatura, y, tal vez, más cerca de la verdad histórica.

Lo cierto es que el Museo de Ciencias Naturales es una de las instituciones más emblemáticas de la ciudad. La construcción del edificio comenzó en 1884, dos años después de la fundación de La Plata, y se inauguró el 19 de noviembre de 1888. Las primeras colecciones fueron donadas por el naturalista Francisco Pascasio Moreno, fundador y primer director del Museo, a partir de sus viajes de exploración al sur patagónico.

Lo singular del Museo es la monumentalidad, el orden y la variedad del registro. En este sentido, actualmente posee alrededor de cuatro millones de piezas y ejemplares, la mayoría procedentes de la Argentina y de otros países sudamericanos. No obstante, su origen fue el colofón de una paulatina campaña de exterminio y desintegración cultural que, salvo excepciones, se había llevado a cabo sistemáticamente durante más de medio siglo contra las comunidades indígenas. Tanta sangre derramada nos convirtió a los platenses en heraldos de acontecimientos indeseables y portadores de una supersticiosa imaginación.

Vale preguntar cuántas costras de autocomplacencia romántica de nuestros patrimonios culturales hay que rascar, para develar sus historias ocultas. En el catálogo escrito en 1910 por Lehmann Nitsche, exjefe de la Sección Antropológica del Museo, se detalla, en un inventario de 129 páginas, los miles de huesos desperdigados en cajas por todo el edificio. La mayoría, sin dueño. Solo unos pocos se corresponden a un cuerpo con nombre.

Una vez iniciada la campaña militar sobre la Patagonia, Franciso Pascasio Moreno fue designado como perito al frente de la Oficina de Exploraciones Nacionales. Las huellas imborrables del exterminio no pueden reducirse a las ofensivas de la equívocamente llamada “Campaña del Desierto”, que encabezó el General Roca; porque los indios ya habían sido derrotados en diversas expediciones realizadas anteriormente, a lo cual se agregaban enfermedades, deficiente alimentación y otros factores que los habían diezmado.

El número de prisioneros de las expediciones del Perito Moreno se estima entre 15.000 y 17.000. La mayor parte fue enviada a campos de concentración, distribuidos a los obrajes del norte, y algunos a nuestro Museo. Con la idea de que los indios eran seres inferiores, se les tendieron trampas de pánico y tortura. Y pese a los reclamos de sus restos, parecen seguir condenados a la humillación del encierro perpetuo.

Nunca han faltado pensadores capaces de elevar a categoría científica los prejuicios de la clase dominante. Cesare Lombroso convirtió el racismo en cuestión policial. “Hay que leer sus libros, los términos racistas que emplea el señor Perito Moreno, era lamentable su racismo con los mapuches. Hay que ver cómo describe la forma de vivir de los mapuches”, sostuvo el historiador Osvaldo Bayer. En el Museo aún se conservan más de 2.000 restos humanos.

Así fue como la inmensa pieza arquitectónica de nuestra ciudad se tiñó de rojo. La certidumbre de los crímenes que hubo dentro del Museo es tan fuerte que se convirtió en una conciencia hostil que le pisa los talones a quien decide investigar sus secretos. De modo que, lo que al principio pudo despertar la curiosidad, termina siendo una trampa que conduce a las historias que aún no concluyen.

De momento, sus restos seguirán allí, paralizados en un cuarto sin aire, en la esquina más oscura, sin esperar el crepúsculo, permaneciendo donde nadie los recuerda. Son historias que el lenguaje no se atreve nombrar, pero que los platenses debemos recordar.

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