Nora Cortiñas, Madre de la Plaza de la Memoria

De ama de casa de una familia patriarcal a la primera de línea de fuego en el reclamo de justicia. Ese es el itinerario de esta mujer admirable de la que hay mucho para contar.

Aunque no podamos anticipar el tiempo que será, al menos tenemos el derecho de imaginar el que queremos que sea. Alguna vez, Eduardo Galeano escribió: “En Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria”. Fueron una suerte de coro griego en medio de la tragedia de nuestro país, y luego siguieron siendo la conciencia viva de nuestro pueblo.

Con el apelativo de “locas”, muchos trataron de descalificar su lucha, pero lo que intentó ser un insulto se revirtió en un: “Sí, pero locas de amor”. La tenacidad y la desazón han sido el principal combustible para combatir algo tan injusto como irresuelto: la desmemoria. Nora Cortiñas es una de las Madres que trabajan en el carrusel invisible de la Plaza de Mayo y una referente absoluta de los derechos humanos en Argentina. Después de la primera ronda, en 1977, no volvió a ser la misma nunca más.

Carlos Gustavo tenía 24 años y estudiaba Ciencias Económicas. Lo secuestraron el 15 de abril de 1977. Era el hijo de Nora Cortiñas. De regreso de unas vacaciones en Mar del Tuyú, ella y su marido encontraron su casa revuelta; habían realizado un allanamiento y se habían llevado a su hijo. La primera frase que ella soltó terminó siendo una premonición de ese andar que no tuvo ni tendrá respiro: “Voy a salir de la noche a la mañana hasta encontrarlo”.

Las Madres nunca dejaron de caminar con dignidad y esperanza. Como sus hijos no pueden estar en la marcha, cargan sus fotografías y sus rostros iluminan las calles. Todos los jueves se reunían a marchar en la misma plaza y la gente las terminó bautizando “Madres y Abuelas de Plaza de Mayo”. En las primeras reuniones, las madres se distribuyeron entre los bancos y a la orilla de la fuente. Eran señaladas como “las madres de los extremistas”. Comenzaron siendo 12 mujeres, se citaban en la distinguida confitería Las Violetas y simulaban festejar algún cumpleaños, mientras que por debajo de la mesa se pasaban informaciones y puntos de encuentro alternativos.

Una de las deudas de la democracia, luego de tantos años de lucha de las Madres, es la apertura de los archivos. Lo poco que se fue sabiendo se debe al trabajo del Equipo de Antropología Forense, pero las Madres nunca pudieron acceder a lo que decían esos archivos clasificados. Siempre, en la primera fila de la denuncia, estas mujeres cruzaron un puente sin retorno.

Nora Cortiñas no ha cejado un instante de buscar una respuesta, sigue peregrinando con la obstinación de siempre para exigir la verdad. Los desaparecidos no son una cifra, sino la voluntad colectiva de exigir una ­sociedad justa. Alguna vez le confesó al poeta Jorge Boccanera: “La plaza es el encuentro con nuestros hijos, inclusive cuando viene una persona que estuvo viviendo afuera, siente que aquí está mancomunada con sus amigos ausentes, viene a la memoria el último encuentro. A nosotras también nos pasa, ahí siento que soy la voz de Gustavo”.

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