CULTURA
Salvador Ferla, el que supo contar la historia argentina con drama y humor
Nació en Sicilia, pero se sintió profundamente argentino. Escribió la historia nacional desde el lado de los vencidos. Murió olvidado en los años 80.
Salvador Ferla trabajaba en su librería-kiosco del conurbano bonaerense vendiendo cuadernos, gomas, láminas que reproducían los rostros de los próceres a los que puso al desnudo en su Historia argentina con drama y humor, publicada en 1972 y que tendría numerosas reediciones. “Este es un libro imposible para alguien con título universitario. Por otra parte, comprendo que el lenguaje académico no está a mi alcance y he renunciado a intentarlo”, confesó en una entrevista.
Diez años antes había publicado Mártires y verdugos, del cual dijo Felipe Pigna: “Ferla retoma la senda marcada por Rodolfo Walsh en el texto fundacional del nuevo periodismo de investigación de la Argentina, Operación Masacre, y escribe en 1964 un libro destinado a marcar profundamente a generaciones de luchadores sociales argentinos: Mártires y verdugos. Allí leyeron y se leyeron miles de argentinos, a partir de un episodio paradigmático como fue el levantamiento protagonizado por el general Juan José Valle el 9 de junio de 1956 contra el gobierno de Aramburu, ni el primero ni el último en la larga lista de episodios históricos enmarcados por la genial antinomia de Ferla”.
Este italiano radicado desde muy niño en nuestro país fue solamente hasta sexto grado de la escuela primaria: “Soy un autodidacta. Una especie de burro culto”. Influyeron en su humor las lecturas juveniles de un maestro de la ironía, Anatole France. Pronto descubrió que nuestra historia es una fuente inagotable de sorpresas.
Llamaba a desdramatizar los hechos: “Por lo menos el pasado. Es absurdo que nos peleemos por Rosas y Sarmiento cuando podemos aprender e incluso divertirnos con Rosas y Sarmiento”. Escribió una historia totalmente desmitificada, y para eso el humor fue esencial, atrayendo a una gran cantidad de lectores que hasta ese momento no se interesaban por los temas históricos: “He querido hacer una historia viva, por la delineación humana de los personajes, y por la conexión entre pasado y presente”.
Decía que la historia argentina estaba llena de episodios humorísticos: “La parte callejera de la Revolución de Mayo fue protagonizada por activistas juveniles quienes, además de repartir cintas celestes y blancas, repartían piñas. Después del Cabildo Abierto del 22 de mayo rompieron los vidrios de las ventanas de la casa del fiscal Villota, y cuando se enteraron de que la Real Audiencia había jurado en secreto fidelidad al Consejo de Regencia, esperaron en la calle a uno de sus miembros, Antonio Caspe y Rodríguez, lo molieron a patadas y sablazos. El pobre hombre quedó tan asustado que cuando el gobierno anunció que investigaría los hechos, se presentó a las autoridades y les suplicó que no investigaran nada, no sea cosa que se la dieran de nuevo”.
Narrar el absurdo
En sus libros, los próceres que jamás se bajaban de sus caballos de bronce, y que eran estatuas a tiempo completo –tan perfectos que resultaban inverosímiles–, se pasean en toda su humanidad. Buscó siempre el costado gracioso de los acontecimientos históricos: “Todos somos un tanto patéticos, un tanto absurdos. También los héroes”.
Sus descripciones eran certeras y dichas con un tono casual, como de sobremesa: “Saavedra era criollo y pintaba para caudillo, pero no le daba el cuero y tenía cierto recelo de la plebe, cierta distancia desconfiada”. Entre sus figuras históricas favoritas estaba Dorrego: “Ese entendía el país, no tenía el complejo de inferioridad racial y de cualquier otro tipo que se sufría por estos lados. Se llevaba bien con los pobres, se sentía orgulloso de ser americano. Además tenía un gran arrastre, una gran simpatía personal”.
Para él había peronistas y antiperonistas desde mucho antes de que naciera Perón. Por ejemplo, eran gorilas Lavalle, Mitre, Sarmiento. Cuando vio el grado de odio al que podía llegar el antiperonismo, puesto de manifiesto en los fusilamientos de junio de 1956, se decidió sostener una profunda militancia peronista, escribiendo en diarios y revistas.
Su itinerario ideológico
Ferla había comenzado su itinerario ideológico en la Alianza Libertadora Nacionalista: “Por aquel sueño de élites de los mejores, autoridad, hispanidad, aderezada con la consigna Patria sí, colonia no. Por otro lado, las tres variantes de izquierda de la época eran trasplantes europeos: socialismo, anarquismo y comunismo”.
Para él, “lo nacional” es una corriente natural, no necesariamente ideológica: “Por ejemplo, el peronismo es lo nacional, y no es estrictamente ideológico”.
Tenía dos fotos colgadas de la pared. Una, del general Valle. La otra, Lolita Torres: “Soy admirador de Lolita. Un día le escribí y ella me mandó la foto”.