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Un encuentro crucial durante la Guerra Fría

En 1959, los presidentes de los Estados Unidos y la Unión Soviética protagonizaron un debate del que pendió la suerte del mundo.

Eran dos de los principales rivales de la Guerra Fría, el premier soviético Nikita Jruschov y el entonces vicepresidente de Estados Unidos Richard Nixon, y la discusión tuvo lugar el 24 de julio de 1959, antes de la crisis de los misiles. Jruschov era conocido por su actitud combativa y sarcástica y Nixon era uno de los activistas anticomunistas más férreos y vocales de Estados Unidos. Como si eso no fuera suficientemente peculiar, el debate se dio en una cocina estadounidense instalada en las afueras de Moscú.

El motivo principal de que esa cocina estuviera ahí era que EE. UU. y la URSS habían hecho un acuerdo cultural comprometiéndose a un intercambio de ideas e información más libre. A raíz de este acuerdo, se organizaron dos exposiciones itinerantes de sus logros: una exposición soviética en Nueva York, celebrada un mes antes, y una exposición estadounidense en Moscú. El evento fue amable pero, como era de esperar, hubo algunos momentos espinosos, lo que lo volvió aún más interesante. En un momento determinado de la conversación entre mandatarios, Jruschov advirtió: “Los estadounidenses han creado su propia imagen del hombre soviético. Pero no es como ustedes piensan. Creen que el pueblo ruso se quedará boquiabierto al ver estas cosas, pero el hecho es que las nuevas construcciones rusas tienen todo este equipamiento ahora mismo”.

El dirigente soviético había puesto en marcha la desestalinización parcial del proceso comunista, y había dado un envión decisivo al programa espacial de su país.Sin tecnología espacial para exhibir, Estados Unidos decidió mostrar el alto nivel de vida que gozaban sus ciudadanos gracias a la técnica civil, más que a la militar. Llegaron a Moscú con autos Cadillacs, lavavajillas, televisores a color, heladeras, comidas congeladas, pavas y ollas eléctricas, trituradoras, licuadoras y exprimidores, juegos “Monopoly” una lúdica incursión por el capitalismo, y hasta cientos de botellas de Pepsi Cola. Todo aquel arsenal doméstico formaba parte de la decoración de una casa típica de los suburbios americanos, plantada en el escenario moscovita de la exposición.

Al finalizar el encuentro, Nixon y Khruschev estrecharon las manos, aunque dejaron la famosa cocina todavía en plena charla.. La discusión y la vehemencia de ambos, sus puntos de vista, sus enfoques, sus vaticinios, sus bromas y sus furias, fueron transmitidas en su totalidad y sin cortes a los Estados Unidos. El debate de la cocina también se emitió en la televisión soviética, en horas de la madrugada, aunque algunas de las observaciones hechas por Nixon fueron censuradas.

Aún faltaba un engaño feroz de Nixon a Khruschev, en el stand de la Pepsi Cola. Fue una idea de Donald Kendall, jefe de operaciones de Pepsi en el extranjero, que pretendía una foto de Khruschev con una copa de la gaseosa en la mano. Nixon se prestó de buen grado. Le preguntó al soviético si quería que le sirviera un poco de gaseosa de una botella fabricada en Nueva York o de una botella fabricada en la URSS. Khruschev dijo de inmediato que de la botella fabricada en la URSS. Y sólo bebió un sorbo de la bebida capitalista, pero Kendall tuvo su foto. La imagen dio la vuelta al mundo y fue el centro de la campaña mundial de Pepsi. Kendall llegó a ser presidente de la compañía y contrató a Nixon como abogado cuando decidió dejar la política después de perder las elecciones frente a John Kennedy en 1960. De hecho, y como abogado de Pepsi, Nixon dejó el aeropuerto de Dallas en la mañana del 22 de noviembre de 1963, horas antes del asesinato de Kennedy en la Plaza Dealey.

Trece años después, Nixon era presidente de Estados Unidos y la URSS estaba regida por Leonid Brezhnev, que había sucedido a Khruschev cuando fue barrido del poder, en 1964. En mayo de 1972 y en su primer viaje como presidente a la URSS para firmar un tratado de limitación de armas, (SALT), Nixon preguntó al Kremlin cuál regalo vería con agrado el primer ministro Brezhnev de parte del gobierno y del pueblo de Estados Unidos. La respuesta sorprendió a la Casa Blanca: Brezhnev quería un Cadillac.

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