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Un escritor que recorrió el mundo en busca de aventuras

Iniciado en el periodismo, Ernest Hemingway combatió en guerras, era aficionado al boxeo y a las corridas de toros. En Cuba escribió buena parte de su obra.

"No es la muerte la que nos ­fascina, la muerte cercana, que es preciso esquivar, sino la victoria; y es la derrota, en lugar de la muerte, la que tratamos de evitar”, escribió Ernest Hemingway a propósito de las corridas de toros. Fue un hombre que construyó sus propios mitos entre mentiras y verdades. Ya se había iniciado en el periodismo cuando se alistó como voluntario en la Primera Guerra Mundial, como conductor de ambulancias, hasta que fue herido de gravedad. Entre sus primeros libros se encuentran Tres relatos y diez poemas, En nuestro tiempo y Hombres sin mujeres. Ya con su tupida barba blanca y sus lentes de armadura metálica, se instaló en Cayo Hueso, donde vivió, pescó y escribió durante unos largos e intensos diez años. Desde allí cruzó varias veces el golfo para llegar hasta Cuba, patria que desde los inicios de la Revolución lo adoptó como un autor propio.

Según Ricardo Piglia, desde su primer libro de cuentos, Hemingway tiene una intuición esencial: construir un estilo de resonancias múltiples que marcaría la prosa narrativa del siglo XX. En ese sentido, trabajaba con los restos del lenguaje, buscando una prosa conceptual que insinuara sin explicar, y de ese modo elaboró una escritura experimental, muy conectada con las vanguardias de su época: “Lo importante de Hemingway es que no describía lo que veía, sino que se describía a sí mismo en el acto de ver”. Lo cierto es que él mismo afirmó que su labor como periodista lo había influido notablemente, pues lo obligó a escribir frases directas, cortas y duras, excluyendo todo lo que no fuese significativo.

En Cuba no solo escribió buena parte de su obra, sino que también ambientó algunas de sus historias más célebres: Tener y no tener, por ejemplo, tiene como escenario La Habana. En Cojimar, pueblo de pescadores ubicado al este de la capital cubana, conoció a Gregorio Fuentes, quien sería una inspiración para El viejo y el mar. Una vez instalado en su formidable residencia Finca Vigía, Hemingway solía escribir de pie y descalzo sobre un tablón adosado a la pared, cerca de la cama que sostenía su Royal y una pizarra de terciado que aguantaba las hojas en las que anotaba a mano. Escribía durante la mañana y luego enfilaba rumbo a La Habana, al Floridita, donde su ritual consistía en pedirse unos tragos y continuar sus borradores. Cuando en 1954 recibió el Premio Nobel de Literatura, dijo: “Este es un premio que pertenece a Cuba, porque mi obra fue pensada y creada en Cuba, con mi gente de Cojimar, de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva donde tengo mis libros y mi casa”.

Piglia insiste en que el escritor norteamericano escribía historias mínimas, tratando de narrar los hechos y transmitir la experiencia, pero no su sentido. Y que la simplicidad de la estructura de las frases y de la dicción se veía reforzada por el uso restringido de adjetivos: casi no hay metáforas ni comparaciones, evita las técnicas tradicionales y puede ser leído como una versión personal que más tarde reinventaría la literatura moderna. Mary Welsh, la última esposa de Hemingway, mandó construir una torre, a comienzos de 1946, para que el viejo escribiese allí apartado de todo bullicio. Sin embargo, nunca llegó a usarla, pues prefería escribir escuchando los ruidos familiares de su hogar.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Hemingway cambió la pesca del pez espada por la de submarinos alemanes. Con el consentimiento del tristemente célebre Spruille Braden, por entonces embajador en Cuba, artilló el Pilar con un cañón calibre 50, instaló dos radios de gran potencia y embarcó hasta doce tripulantes. Según el escritor Haroldo Conti, se hallaron varios botes a la deriva y el cadáver de un alemán. Todo esto luego se convertiría en materia prima de Islas a la deriva (o Islas en el golfo). Braden, por su parte, anunciaría el 9 de abril de 1945 el reinicio de las relaciones diplomáticas entre Argentina y los Estados Unidos, aunque Washington estuviera convencido de las simpatías nazis del futuro presidente Juan Domingo Perón.

Su abuelo se había suicidado; el acto lo repitió su padre, después su hermano, su hermana, y dos generaciones después también lo hizo su nieta. Él se descerrajó un escopetazo el 2 de julio de 1961. Meses antes de morir, escribió: “Todo, lo bueno y lo malo, deja un vacío cuando se interrumpe. Pero si se trata de algo malo, el vacío va llenándose por sí solo. Mientras que el vacío de algo bueno sólo puede llenarse descubriendo algo mejor”.

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