cultura

Un pianista que nos hizo cantar a todos

Ariel Ramírez es el autor de obras folclóricas que dieron la vuelta al mundo, como La Misa Criolla o Alfonsina y el mar, que tantos argentinos saben de memoria.

Cada vez que se piensa en algún pianista de nuestro folclore, el primer nombre que surge es el de Ariel Ramírez. Autor de obras conceptuales como Mujeres argentinas o La Misa Criolla –el disco folclórico que más ejemplares vendió en el mundo entero–, o clásicos como Alfonsina y el mar, que es la canción argentina que a más idiomas ha sido traducida.

Nació en Santa Fe el 4 de septiembre de 1921, de padres maestros que de niño lo apoyaban en todas sus inclinaciones artísticas. Como sus padres y sus nueve hermanos, obtuvo el título de maestro de escuela: “No podía haber un Ramírez que no fuera maestro en Santa Fe. No es que me obligaran, mi viejo nunca se opuso a mi vocación. El magisterio me dio una formación. Después, todo lo demás me lo dio la vida”.

Su primer encuentro con el piano fue en la escuela de la que su padre era director. Ariel vivía con su familia en la planta alta del edificio, así que los fines de semana, el patio de la escuela era el patio de su casa, y podía deambular a sus anchas por las aulas: “Uno de esos domingos entramos al museo de la escuela. Entre lechuzas y loros embalsamados encontré un piano. Fue la primera vez que puse mis manos sobre uno, y fue un encantamiento. Desde entonces no quise separarme jamás de esos sonidos”. Años después sintió palpitaciones cuando vio pianos en alguna vidriera. Sus padres recién pudieron juntar plata para comprarle uno cuando cumplió 16 años. Era un Fredrich, alemán. Ariel regresó al mediodía de la escuela y encontró el piano en el living. Le explotó el corazón. Estuve horas tocándolo sin parar.

Como maestro duró solo dos días: “Fue un fracaso rotundo. Di clases en el mes de marzo y comprendí que no servía para el magisterio”. Decidió dedicarse exclusivamente a la música. Viajó por todo el país para conocer las distintas músicas de nuestra tierra. En una reunión conoció a Atahualpa Yupanqui, quien lo escuchó tocar y dijo: “Usted tiene buenas manos, pero tendría que irse al Norte, para aprender a tocar zamba y chacarera”. No fue solo un consejo, al otro día, Atahualpa le hizo llegar un pasaje a Jujuy, diez pesos y una carta de recomendación para que pudiera tocar en Humahuaca. Durante tres años, Ariel Ramírez se quedó recorriendo el Noroeste argentino.

En 1946 editó sus primeros discos en 78 revoluciones, incluyendo en esa primera hornada la zamba La tristecita y el bailecito Purmamarca. Grababa un promedio de dos discos por año. En 1955 creó su propia Compañía de Folklore, siguiendo las huellas de su admirado Andrés Chazarreta, presentando espectáculos en los que se combinaban la música y la danza, en los que participaban artistas como Los Fronterizos, Eduardo Falú o Raúl Barboza. En 1964 crearía la obra con la que daría vuelta el mundo entero, La Misa Criolla, un disco que agotó en un día su primera tirada. En un mes ya había vendido cincuenta mil ejemplares. Se estima que, en el mundo entero, vendió más de 60 millones de copias.

Fue por esos años que hizo dupla con el historiador y poeta Félix Luna para componer canciones que se ganaron un lugar inamovible en el cancionero popular de nuestro país. En 1969 compondrían Alfonsina y el mar, una canción que nació para ser interpretada por Mercedes Sosa, quien llevó el tema a alturas imposibles de igualar, y que sería la voz de la Cantata sudamericana, grabada en 1972.

Su modalidad de componer consistía en hacer primero la melodía y luego pasársela a algún poeta, aunque hubo excepciones, como No era más que un perro, que hizo junto a Cátulo Castillo, y la muy famosa La hermanita perdida, cuya letra, dedicada a las Malvinas, fue escrita por Atahualpa Yupanqui. Este último tema le llevó mucho trabajo musicalizar: “Atahualpa me decía que le devolviera la letra: Para cuando la termines, los ingleses nos van a haber devuelto las islas y no va a tener sentido”.

La obra musical de Ariel Ramírez abarca unas 400 composiciones, siendo uno de los músicos que sacó al folclore de las peñas y festivales a las que parecía confinado para llevarlo a los grandes teatros y salas de concierto. Murió en Monte Grande, el 18 de febrero de 2010.

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