CULTURA

Virtudes y defectos de los argentinos según Ernesto Sábato

Uno de los grandes escritores argentinos indagó en las características del habitual comportamiento social de los habitantes de nuestro país.

Qué es “lo argentino”? El asunto es un tembladeral en el que se hunden casi todos los análisis históricos y sociológicos. Es una abstracción que tiene que ver con la realidad, pero no es la realidad; del mismo modo que un mapa guarda relación con un país, pero no es el país. ¿Cómo definir al argentino, se preguntaba Ernesto Sábato, si ni siquiera se puede definir al ser humano?: “El hombre es un ser esencialmente dual, oscila entre la santidad y el pecado, entre la carne y el espíritu, entre el bien y el mal. Por esta razón me resisto a un análisis, a una disección del argentino en caracteres tan netos como para llamarlos virtudes y defectos. Como ya lo observó La Rochefoucauld

—gran conocedor del corazón humano—, toda virtud humana se convierte en defecto. Por ejemplo: el individualismo puede ser una virtud, pero al convertirse en exageración nos da el egoísmo y la despiedad”.

La Argentina no es una esencia inmutable, sino que, como todo país, va cambiando a lo largo del tiempo. Además, hay diferencias evidentes entre el porteño y el provinciano, y entre los habitantes de las distintas provincias: “¿De cuál Argentina, pues, deberíamos hablar? ¿No sería injusto atribuir los mismos defectos a un porteño y a un riojano?”. Sábato relativiza sus opiniones sobre defectos y virtudes de los argentinos: “Pudiera ser que lo que considero una virtud estando lejos de la patria, aquí, sufriendo la realidad nuestra, termine por irritarme y acabe considerándolo un defecto; aun un defecto grave”. Daba ejemplos concretos: “Hay aquí gente que detesta el sentimentalismo del tango y en París o en Estocolmo lo hace lagrimear. He visto a muchos españoles quejarse de la España de toros y panderetas que tienen los extranjeros; pero si les prohíben luego algo de eso, verán lo que pasa. Cuando estamos en familia nos disgustan —y hasta nos repugnan— algunas características, pero saltamos como tigres si esas características son criticadas por extraños. Como se ve, todo es muy fluido y contradictorio. Como el hombre, que es un ser de contradicciones”.

Cuanto más complejo es un individuo, más contradictorio es. Lo mismo ocurre con lo pueblos. Pero hay “algo” por ahí, en la atmósfera general, que caracteriza a cada pueblo; por más extenso y variado en sus culturas como el nuestro. Pero ese “algo” es muy difícil —quizá imposible— de dar en cinco o diez peculiaridades que puedan ser marcadas como virtudes y defectos, sin embargo, Ernesto Sábato lo intentó: “Nosotros tenemos algunas peculiaridades que acaso nos vengan de italianos y españoles, a veces por separado, a veces en desdichada combinación. Advierto una descreencia en los valores nacionales”.

También se refirió al humor como uno de los rasgos nacionales: “Esto tiene su lado positivo, sin duda, porque el humorismo revela una gran capacidad de observación, de fineza, de penetración psicológica, de rapidez mental. Pero se trata de virtudes que tienen su precio y son, justamente, el reverso dialéctico de esas características. Un reverso negativo, dispuesto a la destrucción de cuanto bicho viviente existe. Con estos ingredientes difícilmente se puede hacer una gran obra. La creación de una obra (se trate de una novela, un gran dique, una nación, una gran empresa) exige imaginación, genio y sentido crítico. Pero también —y sobre todo— una gran dosis de candor, aunque parezca mentira”.

Al trazar su diagnóstico sobre rasgos constantes del argentino promedio, Ernesto Sábato se adelantó a hablar de la hoy tan célebre grieta: “Nuestra historia es una sucesión de insultos. Cada facción se ha titulado dueña de la verdad y ha acusado a la anterior de vender la Nación o de traicionarla. Lo blanco y lo negro. Para unos, Rosas es un genio virtuoso; para los otros, un tirano sanguinario cuyas cenizas ni siquiera deben descansar en su patria. Así se explica que, aquí, cualquier concejal cuya opera magna haya sido una campaña contra el tabaco tenga una calle con su nombre, y no la tenga, por ejemplo, Facundo Quiroga”.

Pensaba que el coraje era una de las grandes virtudes del argentino que se perdieron: “Cuando se piensa en lo que fueron aquellos pequeños ejércitos improvisados que salían de Buenos Aires para luchar por la libertad de América a miles de kilómetros de distancia, entre altísimas montañas, en tierras a veces indiferentes y hasta hostiles, es inevitable que uno sea acometido por un indefinible sentimiento de vergüenza”. Virtud que se perdió junto al sentido comunitario y a la exacerbación del individualismo, que se convirtió en una de las peores fallas de nuestro carácter: “Mientras el individuo no tiene algún poder, ese individualismo queda, por así decirlo, tácito. Pero se hace manifiesto en cuanto el señor tenga algo en la mano con qué embromar a los demás; aunque sea un colectivo”.

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