cultura
La mujer que le hizo perder la cabeza al filósofo
Augusto Comte era un pensador acusado de cientificismo extremo, pero luego de conocer a Clotilde de Vaux su vida dio un vuelco.
El positivismo fue una de las principales corrientes filosóficas que propugnaron que un conocimiento auténtico y verdadero solo podía obtenerse a través de la verificación de las hipótesis por la vía del método científico. Este movimiento marcó en gran medida el devenir intelectual de una época y fue fundado por un hombre bastante particular: Auguste Comte.
Durante sus primeros años de vida, Comte fue educado en la religión católica, y acudió a una escuela de su ciudad natal. Sin embargo, a los catorce años decidió declararse agnóstico y republicano. Altamente inteligente y dotado de gran capacidad de memoria, sus calificaciones eran elevadas pero destacaba por una gran rebeldía. Al poco tiempo fue aceptado en la Escuela Politécnica de París; allí empezaría a interesarse por las ciencias y la ingeniería, materias promovidas de cara a la formación de nuevos técnicos en beneficio del Estado, y entraría por primera vez en contacto con las ideas del conde Claude Henri Saint-Simon.
Conoció personalmente a Saint-Simon en París, y consiguió convertirse en su secretario en 1817. Permanecería con él hasta 1824, un período en el que obtuvo de su mentor una gran cantidad de enseñanzas, si bien terminaría por separarse de él ante divergencias sobre lo que debería hacerse para remodelar la sociedad.
Hay muchas maneras de acerca a la obra del fundador del positivismo y uno de los primeros pensadores en dedicarse a la sociología. En general, existen tres grandes núcleos del pensamiento comtiano: la ley de los tres estadios, la concepción positivista de la ciencia y la concepción sociológica del positivismo como religión de la Humanidad.
Lo cierto es que su vida cambiaría para siempre el día que conoció a Clotilde de Vaux. A sus 30 años, Clotilde estaba atravesando la época más dura de su vida. Su padre era capitán retirado del ejército de Napoleón; su marido, Amédée, acababa de huir de Francia con los bolsillos llenos de dinero del Tesoro Público. La vergüenza sufrida la llevó a tomar decisiones sin medir los costos: se volvió una militante del divorcio y la independencia femenina. Ese mismo año de 1845 estaba publicando una novela por entregas cuya protagonista, Lucie, vivía una situación similar a la suya.
Comte, que según todas las apariencias estaba felizmente casado, la había visto a Clotilde cuando era su alumna en el Politécnico. Cuando la reencontró, se enamoró perdidamente de ella. A partir de este momento iniciaron una correspondencia en la que él poco a poco fue intentando llegar a mayores, sin conseguirlo, porque ella se declaraba “impotente para lo que sobrepase los límites del afecto”. Se sentía turbada por la creciente devoción que él le profesaba, y quizás era esa devoción la que le impedía descender del altar en el que la había colocado.
Apenas un año después de conocerse Clotilde morirá en los brazos de Auguste. Inmediatamente él comenzó a construir una liturgia en su memoria. Cada semana en lugar de ir a la Ópera visitaba emocionado su tumba; cada día le hablaba visualizando su presencia. Poco a poco elaboraría una religión de la mujer que, formalmente, se presentaba como una nueva religión de la humanidad. Su filosofía hasta ahora había pretendido una reorganización mental del hombre. A partir de este momento se propondrá su regeneración moral. En 1852 escribió su Catéchisme positiviste. Entre los santos de la nueva religión se encuentran Newton, Galileo, Gutenberg, Shakespeare, Dante, Julio César y, naturalmente, Clotilde de Vaux. “El amor por principio, el orden por base y el progreso por fin”, ese era el lema de la religión de la humanidad.
Augusto Comte falleció el 5 de septiembre de 1857, dejando una extensa correspondencia que fue publicada póstumamente. Su legado como fundador del positivismo y su influencia en la filosofía y la sociología continúan siendo objeto de estudio y debate en la actualidad.