EN FOCO

¿Argentina tendrá su Bolsonaro?

Como ocurrió en Brasil, ya sin sorpresa, puede que en nuestro país el desencantado laburante de clase media pida por su Bolsonaro argentino.

Jair Bolsonaro, el antes desconocido candidato de extrema derecha de Brasil, el capitán retirado del Ejército, el sincericida que ganó lugar en la opinión pública por sus declaraciones racistas, homofóbicas, misóginas, de mano dura y tolerancia cero a la corrupción, el que tuvo la desgracia -o la suerte- de ser apuñalado en un mitin de campaña, que lo mantuvo internado durante varias semanas, alejado de los actos públicos sin que su imagen dejara de crecer, es, ante que una causa, una consecuencia.

Una feroz consecuencia del hartazgo de trabajadores honestos, cansados de la política y los políticos corruptos, sí, pero también y sobre todo, de que la calle haya dejado de ser el patio de sus casas para convertirse en una tierra de nadie, amenazante y salvaje.

Bolsonaro, acaso como Donald Trump en Estados Unidos, detectó que aquellos pobres a los que Lula Da Silva había elevado a la clase media ya no querían volver a la miseria, ni ser utilizados como mano de obra barata de los corruptos.

De ahí que el antes inesperado triunfo de quien probablemente se convierta en el nuevo presidente de Brasil coseche votos de “lulistas”. Después del escándalo del Lava Jato, cuenta una estudiante pobre de Río de Janeiro, sus padres no votaron al PT, como lo habían hecho hasta entonces: “Ellos son de una época cuando los políticos no iban presos, y, desde que empezaron a ir a la cárcel, se decepcionaron por completo”.

“Tal vez Bolsonaro no sea el mejor, pero es el menos malo con chances. Por eso voto por él”, agrega un policía retirado, que, como muchos, quiere una Justicia que proteja al efectivo y castigue al delincuente. “Él sólo quiere que los bandidos sean castigados. Cuando se habla de los derechos humanos se piensa más en el bandido que en el policía cuando muere en servicio”, sostiene.

Otro, en la misma línea, confiesa que lo votó “porque defiende la tolerancia cero con la criminalidad” y que prefiere “un presidente que puede ser homofóbico y racista, pero que no es un ladrón y”.

Está claro que los brasileños quieren otra cosa, algo más que dejar de tener un empleo miserable. Desean, al salir de sus trabajos, poder caminar sin miedo en la apacible noche, llegar a sus casas con todas sus pertenencias y vivos. O dormir tranquilos, con la seguridad de que sus hijos regresarán del baile sanos y salvos, sin el temor de que en algún lugar de cualquier barrio a cualquier hora pueda sorprenderlos un delincuente, robarles todo, matarlos.

Y Bolsonaro les jura que les dará lo que quieren, lo que no tienen y que nadie se los quitará: que protegerá la industria nacional, dará trabajo a los suyos, y, con excepción del comercio estadounidense o chino (las grandes potencias), bajará las barreras a la importación de cualquier tipo. Algo que probablemente tenga su impacto negativo en nuestra Argentina en crisis, pero qué le importa a él.

Pleno empleo, obra pública y mercado interno robusto en lugar de asistencialismo. Tolerancia cero al robo de guante blanco, al hurto de cualquier tipo, a los narcos. Seguridad, fuerzas policiales y Ejército si hicieran falta para garantizarla.

Las banderas que tanto reclama la sociedad, arriadas por el pseudoprogresismo, las levantó Bolsonaro.

Ganó por presentarse como antídoto a los virus cíclicos de una Patria infestada, como respuesta a una sociedad cansada y humillada por cierta clase política.

También aquí, los argentinos llevamos largas décadas enfermos de corrupción, mishiadura, empleos miserables, inflación, devaluación, narcotráfico, rehenes de la inseguridad o el piquete organizado por punteros que dificultan la vida de todos los días.

Como ocurrió en Brasil, ya sin sorpresa, puede que en nuestro país el desencantado laburante de clase media pida por su Bolsonaro argentino. Por alguien que ataque los males que sufrimos hace medio siglo.