EN FOCO

El desembarco de Normandía

No. No es que hayamos tomado alguna bebida fuerte, de esas con las que parecieran desayunar los ministros que integran el gabinete presidencial.

No. No es que hayamos tomado alguna bebida fuerte, de esas con las que parecieran desayunar los ministros que integran el gabinete presidencial.

Sabemos que mañana no es 6 de junio, el Día D que desde 1944 conmemora el desembarco de Normandía, la gesta marítima de los Aliados que posibilitó la liberación de París del yugo de la Alemania Nazi y precipitó el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Pero aquel capítulo de la historia resulta una alegoría de la coyuntura argentina que se enfrenta, otra vez, a un nuevo Día D. Aunque los resultados no parezcan conducirnos a ninguna independencia, al menos en el corto plazo, mientras no se estimule la matriz productiva.

Mañana, el Banco Central tendrá su prueba de fuego cuando venzan unos $680.000 millones (US$28.000 millones) en Lebacs y deba convencer a los capitales golondrina de renovar su deuda en la moneda local, para evitar que vayan a la compra de dólares.

La tarea no será fácil. El viernes, pese a que el Central sacrificó otros US$1.102 millones de sus reservas, el dólar cerró en $23,79. Y las expectativas de devaluación continúan en alza: el Fondo Monetario Internacional (FMI) pide una cotización en torno a los $26 y en el mercado de futuros, la divisa se negocia cerca de los $30 para fin de año.   

¿Por qué? ¿Cómo es que llegamos a depender de los especuladores? Independientemente de lo que pase mañana, la Argentina seguirá naufragando sobre la base de un país rico en su origen, pero lleno de pobres. Porque no se genera empleo calificado para que los marginales salgan de su marginalidad, no se reactiva el aparato productivo para la entrada de dólares genuinos, pero abrimos la puerta de la deuda para sostener la bicicleta financiera con divisas que se escapan por la puerta de la fuga.

Es lo que puede ocurrir mañana. El megavencimiento de $680.000 millones representa más del 50% de las reservas del Central, mientras que el 64% de ese monto está en manos de inversores extranjeros, buitres que viven de la carroña y que, apenas huelen default, huyen de los países emergentes como quien se retira a tiempo de la ruleta. Si pasan sus pesos a dólares, las arcas del Central se resentirán fuertemente, a la vez que impactará en una mayor devaluación, presionando todavía más sobre los precios de la canasta básica. Porque en un país tan incierto como el nuestro, el dólar es seguridad y amenaza al mismo tiempo.

Si deciden renovar las Lebac el mercado habrá ganado con sus tasas de interés del 40%, que el Banco Central podrá subir según se lo demanden, con la excusa de frenar el dólar y contener la desbocada inflación. Habrá una momentánea sensación de quietud, el dólar quizá se tranquilice y no es de extrañar que desde el Presidente, hasta sus ministros y aliados salgan a celebrar el aparente triunfo. Será pan duro para hoy y hambre para mañana. Debajo de la superficie, habrá recesión: semejantes tasas de interés frenan aún más la economía porque los créditos se vuelven imposibles y nada resulta tan rentable como la especulación; la inflación y la devaluación paralizan el consumo, porque hay menos dinero y empleos ahora que el Gobierno pretende bajar el déficit recortando la obra pública, principal generadora de trabajo. 

La caja de Pandora ha vuelto a abrirse. Y en esta encerrona el Gobierno ha salido a buscar soluciones al FMI (esa “ONG” de beneficencia tan elogiada por Elisa Carrió), el manotazo de ahogado menos deseado para paliar los efectos de la corrida cambiaria, una suerte de seguro de garantía para lo que puede ocurrir en este Día D que, en cualquier caso, nos volverá más pobres, más dependientes, como si la historia se pusiera patas arriba en este lugar del mundo.

Son piedras con las que ya tropezamos, errores que ya cometimos. La crónica de un fracaso anunciado. Pero la realidad, que ahora golpea y nos muestra la farsa del cambio, tal vez sea nuestra esperanza para renacer sobre las propias cenizas, para alumbrar un nuevo candidato, un líder.