EN FOCO

El paro: lo que Macri consiguió

La ciudad, como el país, mostró ayer un paisaje de calles vacías y quietas, como en un feriado. Sin transporte público, clases, ni bancos, el paro general convocado contra el ajuste y el acuerdo del Gobierno con el FMI se sintió con fuerza, hasta extenderse a todas las actividades: desde el médico al obrero metalúrgico; desde el pequeño y mediano empresario al empleado de comercio; desde el chofer de micro al piloto de avión; desde el docente al jubilado.

Pero, ¿por qué? ¿Qué hilo invisible unió a sectores tan vastos? ¿Pudo acaso la dirigencia sindical, con sus denostados y cuestionados representantes del “movimiento obrero”, convencer a tantos? 

De ninguna manera. La realidad fue la que se impuso, nada más convincente que ella para convocar a trabajadores tan dispersos que, con sus necesidades y urgencias, salieron a expresar un malestar genuino, que los iguala. Por eso, aquí no hubo grietas (¿cómo haberlas cuándo se hiere la dignidad del trabajo?) que separaran a la clase media del obrero; a la izquierda de la Iglesia (que este fin de semana cuestionó con dureza la pobreza que el Gobierno no ve); al dueño de un comercio del empleado. “Logros” de la gestión Macri: unificar a todos en su miseria, generar las condiciones para protestar contra ella.

Entonces, llegó el grito desesperado, casi un ultimátum para decir basta de miseria, fábrica incontenible de la delincuencia, promiscuidad y droga; basta a los impuestos extorsivos; basta de agobiarnos con inflación, devaluación y tarifazos; basta a la bicicleta financiera para contener al dólar, un juego que, solo el mes pasado, nos costo más de US$6.000 millones. 

Como dijo un pensador, cuando el Estado es más fuerte que los negocios hay país, cuando los negocios toman de rehén al Estado, hay colonia.

Y hoy, el dólar es la zanahoria tras la que corre el Gobierno, pero pierde; o devalúa o apuesta al juego de las Lebacs con tasas de interés altísimas, ganancia fácil de los especuladores, castigo del mercado interno. Esa corrida cambiaria que fuga nuestras divisas es la verdadera derrota, no los incomprobables $29.000 millones (US$1.050 millones) que, según el Gobierno, se habrían perdido con el cese de actividades de ayer. ¿Cómo podría perder tanto, en una sola jornada, una economía en recesión como la actual?

Números oficiales, sin fundamentos, para justificar que el derecho constitucional de la huelga “no contribuye a nada”, como dijo el Presidente, o que un paro “no cambia la realidad”, como cuestionó la Gobernadora, sin reparar en la fuerza de una medida a la que también se plegó su gente, el soberano que los votó y sufre el drama de no poder llegar a fin de mes. Deslegitimar la protesta como “política” o meramente “sindical” es quedarse en la superficie para no bucear en las profundidades de un descontento social que parece no tener techo.

Pero, ¿cómo superará el Gobierno la crisis por la que ayer gritó el pueblo? Sin dudas que primero deberá saltar el plano virtual, de aduladores y alienación, para caminar la realidad y, desde ella, proponer ese plan económico estratégico con el que insistiremos hasta que se ejecute, un proyecto de país que genere empleo y divisas, que nos saque del fango. 

Tal empresa requiere antes una discusión seria, de todas las fuerzas vivas que componen la sociedad, a la manera del Pacto de la Moncloa español, tan mencionado por estos días. Un acuerdo al que no se llegará por arte de magia, sino por la voluntad política de un Gobierno que se disponga a convocar a todos y empezar a trabajar en pos de una Argentina que necesitamos refundar.

Es ahora. No puede haber más dilaciones para corregir el rumbo. De lo contrario, vendrán más protestas. No del llamado “movimiento obrero”, sino de la gente común, el trabajador que no se siente representado ni por su gremio ni por el Gobierno, pero que se verá obligado a salir a la calle por no poder llevar el pan a su mesa. Serán miles un día y miles al otro. Habrá quizá, como suele ocurrir en estos casos, represión, perpetrada por efectivos que están bajo la línea de la pobreza, como sus víctimas. Tal vez se miren los rostros, los ojos, las manos y se reconozcan: pobres contra pobres. ¿Es eso lo que quieren el señor Presidente y la señora Gobernadora?

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