Las mentes afiebradas predominan en el kirchnerismo
Solamente mentes desquiciadas y afiebradas pueden apelar a esa forma extrema de culto a la personalidad que significa ponerle el nombre de Néstor Kirchner a rutas, rotondas, avenidas, escuelas, polideportivos, jardines de infantes y la más variada gama de instituciones. Es una clara muestra del elevado nivel de obsecuencia que existe dentro de la administración K, que cada vez más se encierra en la soberbia, sin escuchar la más mínima sugerencia de cambio.
Más grave aún son las tareas de adoctrinamiento que los ultrakirchneristas realizan en jardines de infantes y distintos establecimientos educativos, que se suman a las bajadas de línea en publicaciones destinadas a preadolescentes. Es decir, el Gobierno está recurriendo a prácticas propias de gobiernos de tinte totalitario como fueron los regímenes encabezados por Benito Mussolini, Adolf Hitler y Josep Stalin, que utilizaban formas infames de manipulación para intentar esconder la realidad y cercenar las libertades de la ciudadanía.
Hay un esfuerzo extremo, de parte del Gobierno nacional, de utilizar todas estas acciones para imponer por la fuerza un relato ficticio, que nada tiene que ver con la realidad. Se intenta hacer creer que Néstor Kirchner fue una suerte de prócer, cuando su único mérito fue haber tenido la suerte de encontrarse en el lugar y el momento indicado para llegar a la presidencia con apenas el 22% de los votos, de la mano de Eduardo Duhalde.
Asimismo, nada dice el relato oficial del rol que cumplió Kirchner durante los años ‘90, cuando era gobernador de Santa Cruz y socio político del menemismo en cada una de las privatizaciones que significaron ponerle bandera de remate al patrimonio nacional.
Néstor se hizo cargo del poder en un contexto internacional sumamente favorable para nuestro país. De ahí el importante crecimiento macroeconómico que se registró durante su gestión y la de su esposa, pero los recursos que se generaron solamente se utilizaron para desplegar las formas más infames de clientelismo político, sin modificar en nada la estructuras que hacen que la Argentina sea un país subdesarrollado, con uno de cada tres compatriotas viviendo en situación de indigencia o pobreza.
A su vez, tanto Kirchner como su esposa, desde el Estado, incentivaron a límites intolerables la crispación y en no pocas oportunidades utilizaron el aparato del Estado para intimidar a los que se quejaban de las acciones gubernamentales. Ellos sembraron, como pocas veces antes en la historia, las dicotomías y los antagonismos en el país.
Los nombres de las escuelas deberían representar todo lo contrario. El ámbito donde debe difundirse el saber y el conocimiento tendrían que tener los nombres de quienes fueron los verdaderas personalidades ilustres que contribuyeron a la unidad nacional, que sean indiscutibles y ejemplos a seguir, como René Favaloro o alguno de los héroes que tuvo nuestro país en la Guerra de Malvinas.
Hace apenas dos años que se produjo la muerte de Kirchner, y seguramente ya debe haber algún desquiciado que tiene en mente hacerle un monumento. En cambio, el padre de la patria, y máximo prócer que tuvo nuestro país, el General José de San Martín, tuvo su primera estatua en 1862, doce años después de su fallecimiento. El kirchnerismo ni siquiera respeta el tiempo prudencial que requiere la historia para juzgar la labor de los gobernantes.