Los argentinos nos merecemos un Ejército Nacional, pero no para que lo use Macri
Por M.R.CH. V. de B.
Las Fuerzas Armadas están en el nacimiento de la Patria, en aquel primer Ejército sanmartiniano, puro y vigoroso, que libertó nuestro continente.
Pero en los años de plomo, unos cuantos militares traicionaron aquellos valores, se levantaron contra el pueblo, dañaron a la comunidad, torturaron y mataron. Entonces, el expresidente Carlos Menem tomó el camino más fácil: desguazar a nuestras fuerzas, desarmarlas, dejándonos indefensos.
Se siguió un criterio que, de haberse aplicado por igual y sin discriminación en todas las áreas, hubiera acabado con políticos, médicos, maestros, abogados, jueces e infinidad de profesionales y autoridades probas, quienes hubiesen pagado el pato de las atrocidades que cometieron otros.
La desintegración de las Fuerzas no fue casual ni fatal. Eran los tiempos de las relaciones carnales con Estados Unidos, con declaraciones de amor como las que hoy tiene Mauricio Macri con Donald Trump y el FMI.
Entonces, a los gringos les convenía un Ejército sin sentido patriótico, ni armamentos para defender nuestro territorio marítimo. Ya nadie defiende los mares de la pesca ilegal extranjera, que saquea un recurso fundamental para paliar el hambre de los nuestros y para generar las divisas que tanta falta nos hacen. Y nadie controla las fronteras por las que se cuelan la droga y la trata de personas.
Ese desastre se profundizó con Cristina Kirchner y se perfecciona con Macri, otra vez, a pedido del país del Norte: desde Campo de Mayo, ayer el Presidente ratificó la “importancia de que (las Fuerzas Armadas) puedan colaborar con la seguridad interior” y pidió “avanzar en un debate de la reforma del sistema de defensa nacional”. Sin precisar si lo hará por decreto o enviará un proyecto de ley al Congreso, insistió en modificar las funciones del Ejército para “enfrentar los desafíos del Siglo XXI”, tal como dicta la política de seguridad de Estados Unidos para combatir el terrorismo y el narcotráfico.
La diferencia es abismal: Estados Unidos está a la vanguardia en materia de defensa y su presupuesto es enorme. Argentina gasta menos del 1% de su presupuesto en defensa, casi la mitad que el resto de los países del continente. Más del 80% de ese presupuesto se va en magros sueldos para los integrantes de las fuerzas. Otro 15% del dinero es para mantenimiento; menos del 5% para renovar sus equipos obsoletos.
La destrucción es tal que no da ni para un destile militar. El último, el del 9 de julio, debió suspenderse por unas pocas monedas, pero fundamentalmente porque no había nada bueno para mostrar: hubiera sido una exhibición de tanques vueltos chatarra; camiones descuidados; un cementerio de aviones en desuso. O activos pero con materiales inservibles, como ocurre con los seis Pucará que quedan en funcionamiento: recordados por su destacada participación en Malvinas, hoy apenas logran levantar vuelo.
El submarino Ara San Juan, sus 44 tripulantes tragados por el mar, es la foto más dramática de la obsolescencia.
Rearmar el desarme, evitar nuevas tragedias, llevará tiempo y, fundamentalmente, el dinero que en todos estos años no se invirtió en defensa: ni en las Fuerzas Armadas, para defendernos del ataque externo, ni en el combate a las grandes amenazas de la pobreza, el hambre, la desigualdad que, como parte de un círculo vicioso, aumentan la delincuencia, el narcotráfico, la violencia institucionalizada.
Lo grave es que tampoco habrá inversión ahora. Con la excusa de la lucha contra el narcotráfico y la delincuencia, pero con los mismos recursos obsoletos de siempre, el “buen señor” del Presidente, este hijo de mala madre (con perdón de su progenitora) solo pretende usar a las Fuerzas Armadas para la represión interna. Volverlas contra el pueblo.
Porque en su cabeza hueca e incapaz de comprender lo que es la defensa nacional, no hay más intención que hacerle otro guiño a Estados Unidos llenando las calles de efectivos para reprimir la protesta social que aumentará, inevitablemente, como consecuencia del feroz ajuste acordado con el FMI. Porque no hay neoliberalismo sin represión.
Porque este ingeniero, fríamente calculador, sin noción de la Patria y su defensa camina como un ciego hacia el abismo. El riesgo, temible, es el que nadie quiere: el suicidio en masa.
