Macri y su Patria contratista

Por M.R.CH. V. de B.

Para muchos se trata de una traición artera, premeditada, sin aviso. No entienden cómo Mauricio Macri fue capaz  de abrir una caja de Pandora que ya no podrá cerrar. Que no le será perdonada. Que lo salpicará con sus males, y nos arrastrará a todos.

“Los cuadernos de las coimas”, su show mediático, el desfile por Comodoro Py, resulta para los empresarios un fraude a la lealtad de quien consideraban un par: el hijo rico nacido en las entrañas de la Patria contratista, testigo y partícipe de la corrupción K con Socma, la empresa que le legó su padre; o Iecsa, de Ángelo Calcaterra, el primo “arrepentido” que nadó cómodo en el fango kirchnerista y al que, no obstante, le otorgó el millonario soterramiento del Belgrano. 

Y sin embargo ayer, ante sus antiguos colegas, pronunció palabras que rozaron la burla y el cinismo: “Vayan para adelante. Ustedes son los generadores de riqueza”, les dijo. Y, tras el desplante, les propuso: “Si alguno se encuentra con un pedido indebido, acá tienen un Presidente al cual acudir”.

“¿Y él, a quién acudirá”, deslizó con irónica bronca un alto empresario. Síntoma de un malestar que cala hondo en el sector, y preocupa por sus inminentes consecuencias.

Pues, no será gratuito que la Justicia alcance al gran poder económico de la Argentina, que incluye a Macri. Lo grave es que, más allá de las condenas, del efecto judicial e individual que la causa tenga en cada uno de los imputados, ellos son hombres que tienen a su cargo algunas de las obras más importantes del país. De ellos depende la escasa inversión que aún emplea a cientos de miles de obreros, que mueven el débil consumo, que hacen que la economía no desfallezca todavía más.

Hoy vemos defenderse, arrepentirse o negar el pago de coimas al poderoso Paolo Rocca, presidente del Grupo Techint, mayor productor de acero de la Argentina y el mayor productor del mundo de tubos sin costura, comprometido en la explotación de Vaca Muerta; a Aldo Roggio, cuyo grupo tiene a cargo la estratégica obra de ensanche del río Salado y que, tras declarar como “arrepentido”, renunció a la presidencia del holding que carga con más de un siglo de historia; pero también a Carlos Wagner, expresidente de la Cámara de la Construcción, y actual titular de Esuco, de quien dependen varias de las obras públicas en marcha.

También, aparece ahora el banquero Luis María Ribaya, exdirectivo del Galicia y Nación (donde se desempeñó hasta el año pasado), quien se sumaría a la ola de “arrepentidos” y podría provocar un tembladeral en el ya tormentoso sistema financiero argentino. Pues, los bancos, encargados de blanquear el dinero negro, podrían ventilar nuevos males.

La lista, que es más amplia, toca el honor de otros tantos empresarios que conocen como la palma de sus manos los negocios del Presidente y su familia, por los que más tarde o más temprano deberán sentarse ante la Justicia.

Nada importaría si esto fuera simplemente una escena de compadritos, de empresarios delatores y vengativos, de hombres guapos y millonarios. Nos bastaría con verlos ajustar sus cuentas en la televisión, sino fuese por el grave correlato en la realidad que puede tener esta cadena de reputaciones heridas: si la Justicia, o el propio humor de estos magnates, lo dispone, las pocas obras públicas en marcha podrían paralizarse, empujando a más trabajadores fuera del sistema, agregando más sal a la herida de la recesión.

Como dijo un dirigente en las últimas horas, la difusa meta de campaña del Presidente se pervierte: de la pobreza cero, pasaremos a la obra pública cero, nos volveremos todos un poco más pobres. 

Si eso sucede, el hilo se habrá cortado por lo más delgado, por el pueblo argentino que nada hizo y sufre la corrupción enquistada. Los inmorales deben recibir su castigo y su pena. Pero, ¿realmente pagarán todos los responsables?