cultura

El 17 de octubre de los escritores

En esta fecha histórica, la vida de algunos literatos argentinos dio un vuelco decisivo.

Leopoldo Marechal acababa de ponerle a su mujer una inyección de morfina. Era temprano en la mañana. Vivían en un departamento de calle Rivadavia. Por la ventana llegaba un rumor proveniente del Oeste: “Un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia. El rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular y, enseguida, su letra: Yo te daré/ te daré, Patria hermosa,/ te daré una cosa,/ una cosa que empieza con P/ Perooón”. Leopoldo se vistió apresuradamente y bajó a unirse a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. “Vi, reconocí, y amé los miles de rostros que la integraban no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina invisible que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que ni bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista”, afirmaba el escritor.

Esas enormes columnas de obreros que sacudían la ciudad, que venían de todas partes, muchos de ellos directamente desde sus fábricas y talleres, también impresionaron a Raúl Scalabrini Ortiz: “Eran rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de resto de brea, de grasas y aceites.

Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda, o descendían de las Lomas de Zamora”. Años después el escritor evocaría el momento con una de las más exactas descripciones del 17 de octubre de 1945: “Era el subsuelo de la Patria sublevado”.

Ese día no obró el prodigio de volver peronistas a todos los escritores argentinos, o que vivieran el hecho con beneplácito. Otros, incluso, lo invisibilizaron hasta dudar de su existencia, tal fue el caso de Jorge Luis Borges: “La verdad es que no lo recuerdo. La verdad es que yo creí y sigo creyendo que se trató de una especie de farsa. No creo que haya sucedido realmente”.

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