Entrevista exclusiva

María Fiorentino: “Como actor uno es uno mismo en las circunstancias de otro”

La talentosa actriz, recordada por un sinfín de roles en cine y televisión, regresa al teatro comercial con una obra que desnuda las miserias de una familia.

No hace falta carta de presentación para María Fiorentino. Su rostro, impronta, humor y talento permanecen en el imaginario popular, gracias a roles que la acercaron como nadie al público y al más popular. Está de regreso en las tablas con Los perros, en la que comparte cartel con Claudio Rissi, Melina Petriella y Patricio Abadi, con funciones de viernes a domingo en el teatro El Picadero de la ciudad de Buenos Aires. Diario Hoy dialogó con la actriz para conocer más detalles del proyecto y su vida.

—La obra tiene momentos de humor, pero además habla de verdades dolorosas, ¿cómo se encarna un rol desde este lugar?

—Hay una situación en el espectáculo para mí como actriz que tiene que ver con que estoy mucho tiempo en silencio y es muy interesante para mí escuchar lo que sucede; porque no siempre actuar es hablar o moverse, también es escuchar y acá se produce una situación especular, como actriz y como personaje. Esa chica que encarna Petriella ve en mi personaje en lo que puede convertirse y yo veo aquello que ya es tarde para zafar.

—En resumen, no solo interpretás, sino que te permitís ver a tus compañeros como una espectadora más...

—Claro, yo creo que escuchar es un trabajo arduo. No es que en la obra me callo, sino que escucho y lo que ellos dicen, despiertan en mí, como María Fiorentino; imágenes, que a su vez retroalimentan a Alicia, el personaje. Siempre pensé que meterse en la piel de un personaje era puro “bla bla bla”, porque no hay otra piel como la del actor, pero uno es uno mismo en las circunstancias de otro; porque en este caso, no tengo hijos, no estuve casada 40 años, no hay nada concreto en la obra que me lleve a mí directamente a poder saber. Tiene varios riesgos que me resultaron atractivos, como el hecho de que beba, pero que no parezca una borracha, que esté dopada por los medicamentos y que en un momento decida reaccionar. Se habla también de la felicidad y yo considero que no es un estado, sino momentos, porque tal vez lo que para mí es la felicidad de un instante para otros es una tontería, y por eso me gusta que el personaje de Melina se pregunte todo el tiempo sobre su vida, y uno se lo pregunta también en el escenario. Yo sé que sí, que soy feliz, pero tal vez hubo otras vidas posibles y las dejé pasar. Lo más importante que tiene la obra es que uno es consecuencia de sus elecciones y Alicia dice algo como “hacete cargo de tus elecciones”, porque uno siempre elige.

—O no, pero al ser interpelada, como el personaje de Melina, tiene que accionar.

—Es lo que yo llamo “bienvenido en el escenario el accidente”, porque creo que resuelve cosas y da vuelta todo, como esto que le dicen en el oído en el subte, que le queda rebotando en la cabeza todo el tiempo y el personaje que hago yo dice algo parecido a lo que le dicen en el subte. Me viene a la cabeza que Léon Blum, que fue presidente de Francia y demás, a mis 11 o 12 años leí algo de él, sin saber quién era, que me llamó la atención. Él decía que la vida no era para que uno se guardara las ventajas para uno mismo y la moral tenía que ver con el coraje de elegir. Uno siempre elige y decide aun sin darse cuenta, hasta que eligió y después quiera cambiar.

—¿La obra marca tu regreso a los escenarios?

—En pandemia me pasaron cosas que creo que le pasaron a la mayor parte de la gente, como perder concentración en la lectura, soy una lectora fanática, estaba asustada, tenía miedo, y en un momento determinado pensé que me iba a costar salir de mi casa, y cuando Sebastián Blutrach me llamó fue decir “ahora o nunca”. O salgo de mi casa para hacer teatro o me quedo acá adentro.

—Sabían que había que sacarte de tu casa...

—Creo que sí, lo sabían, porque además con Sebastián nos conocemos hace mucho, de hecho mi primer contrato para una obra fue con sus padres. Él me preguntó si tenía ganas de salir, me envió el guion y cuando me di cuenta de que lo estaba por leer tomando un mate frente a la computadora, y era de Nelson Valente, me di cuenta de que sí. Antes de terminar la lectura, supe que la iba a hacer e iba a salir. Cuando empezamos a ensayar, acudían imágenes tan familiares para mí de esta mujer que hago; acudía mi mamá, mi tía, mi abuela, porque a todas les escuché decir en algún momento algo parecido a lo que digo en la obra, mujeres grandes que pasaron su vida no eligiendo exactamente lo que querían, o “aguantando”, como decía mi abuela.

—¿Es raro para vos ver a la platea con tapabocas? ¿Afecta?

—No, y siento que el domingo último, en una función, perdí una espectadora. Yo había ido a ver ART, que fue mi primera salida al teatro, en la primera temporada, un miércoles que había poca gente y todos estaban con el tapabocas; y este domingo, en las primeras filas, había una señora sin tapabocas. Al finalizar la obra y salir al bar del teatro, la señora estaba, me saludó, me felicitó y me dijo: “Usted me miró”. Y le dije: “Sí, la miré porque usted se sacó el barbijo”. Ella se quedó alelada y me dijo: “No puedo respirar”, y le dije: “Si no puede respirar, hay otra cosa que no puede hacer y es venir al teatro”.

—Y en la función que estuve presente yo, un señor con el celular a todo sonido dos veces...

—En el final, justo. Dos veces, justo se dio en una escena en donde yo estoy con los ojos cerrados y pensaba en Claudio que tenía que empezar a hablar. Me dijeron que la segunda vez salió.

El recuerdo de su paso por el periodismo

—Te saco de la obra. Vos durante muchos años ejerciste el periodismo, escribiendo en revistas emblemáticas como Humor o Playboy, ¿te gustaría volver a escribir?

—La primera nota que hice para Humor la escribí cuando era una persona completamente desconocida dentro del ambiente, porque fui ahí porque mi amigo Jorge Garayoa, que sabía que escribía y leyó mi trabajo, me dio papel pautado para que escribiera algo. La escribí, se la llevé a Aquiles Fabregat, a quien no le gustó el título y dijo “dejámela”. Yo ni lo conocía y después fuimos amigos. Al mes salió el artículo, lo publicaron y con el pago que me dieron, aun siendo yo una desconocida porque no era Alejandro Dolina ni Mona Moncalvillo, pagué el alquiler del monoambiente donde vivía, con esa nota.

Luego dejé de escribir en Playboy Argentina, que además era todo un esfuerzo porque me daban fotos de un banco de imágenes y me decían “escribí sobre tal cosa”. Aun siendo nota central, con el pago no llegaba a pagar las expensas ni siquiera, del mismo departamento.

Después vino el libro y sigo escribiendo, como dicen: escribo para adentro. Además, estoy haciendo un curso con Ángela Pradelli, que me interesa mucho, en donde escribimos sobre fotografías. Cada compañero lleva imágenes y las elegimos. Vamos escribiendo sobre lo que la fotografía dice, se investiga sobre eso que narra la foto. Y la foto es algo que me apasiona, la fotografía me encanta. Me gustaba ir a revelar, más que con el celular, porque además están en la computadora y es raro.

No hay muchos lugares para escribir, hice algo a pedido de Marcos Mayer, que nos dejó, o cuando el blog Bibliotecas para armar me pide algo. Sigo escribiendo. Ahora estoy juntando recuerdos de personas que ya no están y que fueron muy importantes en la historia de la televisión argentina como Alejandro Romay o Hugo Arana, situaciones teatrales y televisivas de backstage que la gente no conoce, así que ojalá salga.

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