Patricia Palmer: “Con la notoriedad no me llevé bien”

La actriz que protagonizó la novela Más allá del horizonte, éxito de los años 90, recorrió su carrera, contó por qué se alejó de la TV y recordó el momento en que una bomba explotó en su taller de teatro

La vida de la actriz Patricia Palmer, nacida en la provincia de Mendoza el 24 de julio de 1955, estuvo marcada por hechos trascendentales desde su primer instante. 

De familia anarquista, sufrió en la última dictadura un atentado en un espacio teatral suyo, que funcionaba en un taller mecánico. Ese hecho la marcó para siempre, pero lejos de  amedrentarla, siguió adelante con su sueño.

Protagonista de producciones masivas e inolvidables de la televisión argentina como Regalo del cielo, Más allá del horizonte y Los ángeles no lloran en los años 90, el éxito no le trajo felicidad, por lo que yendo contra la corriente, decidió alejarse del medio por varios años para dedicarse al teatro. 

En una entrevista íntima con este diario, la talentosa y rebelde artista recorrió su historia.

—Durante el parto, tu madre sufrió algunas complicaciones y naciste sin aire. En las entrevistas siempre hablás de esto, ¿te sentís una sobreviviente?

—Seguramente. Creo que todos los bebés desean vivir. En mi caso, se ve que tomé esa opción, porque estaba bastante asfixiada. Me tuvieron que colocar en una carpa de oxígeno, pero acá estoy. Se ve que para mantenerme con vida debí alejarme y eso es la supervivencia en la soledad.

—Siendo adolescente tu papá te llevó a un hospital para que fueras voluntaria, ¿cómo fue esa experiencia?

—Tenía 13 años y mis hermanas eran un poco más grandes. Fue una vivencia dura, aunque cuando uno es chico no se percata de la seriedad de las cosas. Sin duda fue una experiencia que me impactó porque vi morir niños, había mucha miseria. El trabajo consistía en estar al servicio de los demás. Fue nutritivo e impresionante.

—Tras un noviazgo por carta, te casaste muy joven, ¿por qué tomaste esa decisión?

—Teníamos una concepción romántica del casamiento y, además, era la llave para la independencia. Creo que casarse muy joven es un desa­cierto del cual se aprende, por supuesto, como de todos los errores.

—Llegaste a Buenos Aires con tu hija de un año, ¿qué fue lo que más te impactó de la gran ciudad?

—No me gustaba nada. Extrañaba todo lo que era Mendoza, mi lugar. Era todo muy duro, frío y distante. Igualmente, estas cosas tienen que ver con cómo está uno de atemorizado. Después cuando conocés más a la gente, te das cuenta de que todo pasa por uno mismo.

—¿Cómo fue esa vida nueva?

—De a poco fue armándose con dolores, soledades, personas que me ayudaban mucho, con todo lo bueno y lo malo que la vida te trae. Soy una persona muy agradecida de todo lo que viví y me pasó. Después de llegar, pude trabajar y ahorrar para comprarme un departamento muy chico, no tenía nada. Mi primer mudanza la hice a pie.

—Un día paseabas con tu hija por calle Florida y te cruzaste con Sergio Renán, ¿qué consejo te dio que cambió tu vida?

—Lo veía seguido porque alquilé una oficina, que era lo más barato que había encontrado, justo en esa calle. Una tarde me animé y lo interpelé. Gentilmente me aconsejó varios lugares para que terminara mi formación, entre ellos la escuela de Lito Cruz. Si bien se trata de algo bastante sencillo, para mí fue muy importante porque había estudiado en el Conservatorio de Mendoza, pero acá no conocía a nadie

—¿Qué sucedía en ese entonces con las producciones de Alejandro Romay?

—Ocurría que no había cable, no existía Netflix, entonces todo estaba centralizado en unos pocos canales. Los autores eran como las estrellas de las novelas, entre ellos Alberto Migré y Abel Santa Cruz. Eran épocas muy diferentes a la actualidad, en lo que respecta a la televisión. Sin embargo, no extraño nada de esos momentos, porque no soy nostálgica. Creo que ahora las producciones son mejores, más cuidadas y realistas.

—¿Qué producciones te marcaron a fuego? ¿Supiste manejar la fama?

—En televisión, las novelas Dulce Ana y Más allá del horizonte. En teatro, todos los trabajos que hice dejaron algo en mí, porque los procesos son más lentos e intensos. En un momento escribí y produje la novela Los ángeles no lloran, pero la ficción fue un éxito y no pude soportarlo. Siempre fui de bajo perfil y con la notoriedad no me llevé bien, es por eso que me alejé del medio durante un tiempo.

—Gracias al trabajo de años fundaste tu teatro Taller del ángel, ¿cómo fue ese proceso?

—Desde que llegué a Buenos Aires tenía la idea de tener mi espacio propio. Lo tuve en Mendoza, pero pusieron una bomba, murió un compañero y era un contexto difícil. Me formé allí y cuando me mudé de ciudad, quería replicar eso que había vivido en la adolescencia. Anhelaba tener un lugar igual. Así que pude abrirlo y estoy feliz, porque es mi lugar en el mundo. Ahí experimento, y es como un laboratorio de ideas.

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