Cultura

Una de las mejores descripciones de la epidemia

Hace 73 años, Albert Camus publicó La peste, uno de los libros más recordados y leídos en la actualidad.

En 1947 Albert Camus publicó su segunda novela La peste. Una epidemia desatada en la ciudad argelina de Orán. El autor reflexiona sobre la ausencia de Dios y la dificultad de construir una moral universal. No es en la fe sino en la solidaridad que el hombre y la mujer encontrarán su salvación.

Una mañana, el doctor Bernard Rieux encuentra una rata muerta en la escalera. Luego, la visión de una multitud de cadáveres de ratas alfombrando las calles. Las autoridades se niegan a aceptar las evidencias. No pueden concebir que una enfermedad medieval ataque una ciudad moderna. “¿Está seguro que se trata de peste?”, le preguntan al doctor Rieux, quien responde: “No es una cuestión de vocabulario, es una cuestión de tiempo”.

La ciudad es puesta en cuarentena, se cierran las fronteras, se cortan las comunicaciones con el exterior. Los estadios de fútbol son convertidos en gigantescos hospitales de campaña. Los cines están abiertos pero proyectan una y otra vez la misma película. En la calle, solo fugaces transeúntes y el transporte que lleva hacinados los cadáveres hacia un crematorio inmenso.

Los hospitales se saturan, no hay suero y el que traen, desde Francia, corresponde a otra cepa y, por tanto, no produce efecto. Los médicos usan máscaras que no impiden el contagio. No hay información confiable. Las pastillas de menta se agotan porque se rumorea que previenen el contagio, hay muchos borrachos convencidos de que el alcohol mata al virus.

Pese al lamentable escenario, subyace en la novela un optimismo en el ser humano cristalizado en una frase: “En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Lo que no impide mostrar el lado ominoso de la condición humana: el encerrado en su pena de amor, los que medran con el dolor ajeno.
El fin de la peste trae la normalidad, pero también el olvido.

Sobrevuela una moraleja: “El bacilo de la peste nunca muere o desaparece, puede permanecer dormido durante décadas en los muebles o en las camas, aguardando pacientemente en los dormitorios, los sótanos, los cajones, los pañuelos y los papeles viejos, y quizás un día, solo para enseñarles a los hombres una lección y volverlos desdichados, la peste despertará a sus ratas y las enviará a morir en alguna ciudad feliz”.

Un película hollywoodense

Luis Puenzo hizo, a partir del libro, su película más ambiciosa. Un presupuesto de catorce millones de dólares y una coproducción internacional. Un elenco que incluyó a William Hurt, Sandrine Bonnaire, Robert Duvall, Raúl Juliá, sumado a actores locales como Jorge Luz, China Zorrilla, Lautaro Murúa y Horacio Fontova, entre otros. La película fue preseleccionada en el Festival Internacional de Cine de Venecia, en 1993, pero estuvo muy lejos del éxito de La historia oficial.

“Mediocre”, fue el calificativo casi unánime que le dispensó la crítica. En lugar de Argelia, Puenzo eligió un paisaje porteño, con epicentro en La Boca y vistas de la Bombonera, el Puente Avellaneda, la Isla Maciel y la terminal de Constitución. Una película que utiliza el libro para hablar de la Argentina menemista, combinando una ambientación de época con elementos modernos, lo que termina siendo un anacrónico juego reduccionista. Pero para Luis Puenzo fue su mejor película: “Es la que hice más maduro y lograda, la más virtuosa”.

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