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Anthony Quinn, un mexicano que conquistó Hollywood

Con 158 películas filmadas a lo largo de 60 años de carrera, se encuentra en el podio de los actores indiscutidos de Hollywood.

¿Qué tienen en común La strada, Zorba el griego, Lawrence de Arabia, Sed de mal y ¡Viva Zapata!? Haber sido protagonizadas por quien unánimemente es considerado uno de los más grandes actores de la historia: Anthony Quinn. Uno de los actores más prolíficos de Hollywood, no sólo por la cantidad de películas filmadas, sino también por sus trece hijos –el primero de ellos se ahogó trágicamente en una pileta, a los 2 años de edad–.

Anthony Rudolph Oxaca Quinn nació en Chihuaha, México, el 21 de abril de 1915, hijo del mestizaje. Su padre era mitad irlandés mitad mexicano; su madre, mitad india y mitad mexicana. Como Facundo Cabral, podría haber dicho: “No soy de aquí ni soy de allá”. Como no era un pura sangre, su comienzo los tuvo que vivir en los márgenes y su mixtura de origen lo condenaba a hacer durante la década del cuarenta el papel de los malos: “Nunca me aceptaron en México como parte de su cultura y tampoco fui considerado norteamericano. Era la época de la guerra, en la que Van Johnson y los rubios eran los prototipos de los héroes. Así que yo hacía de villano”. Con el tiempo rompería ese prejuicio, así como su personaje Zampanó –en La strada, de Fellini– rompía cadenas con su pecho, e interpretaría personajes tan variados y complejos como Paul Gauguin, un griego amante de los bailes y el vino llamado Zorba, un habitante profundo del desierto amigo de Lawrence de Arabia, o el hermano de Emiliano Zapata en una película que pretende contar la revolución mexicana.

Había llegado de niño a los Estados Unidos y malvivió su juventud en los desiertos de frontera hasta que concibió la acertada decisión de ir a correr suerte a Hollywood. Era el año 1936. Llamó la atención este veinteañero corpulento con cara de madera repujada. Sus primeras satisfacciones como actor le llegaron gracias al teatro, cuando Elia Kazan le confió el papel principal de Un tranvía llamado deseo, en reemplazo de Marlon Brando. El director reuniría a ambos actores –pero ya no en el teatro, sino en el cine–, con ¡Viva Zapata!, una película que significaría para Quinn su primer Oscar. En sus memorias, Kazan cuenta la rivalidad de ambos actores: “Jugaban a ver quién era más macho”. También revela algunas escenas de la película nacidas de la inventiva de Anthony Quinn, por ejemplo cuando su personaje convoca a los campesinos golpeando piedras para ir al rescate de Emiliano Zapata: “Era una forma de comunicarse que Tony había aprendido durante su niñez en México y que le dio una enorme fuerza dramática a la escena”.

En la década del cincuenta se mudó a Italia. Los estudios Cinecittá –creados por Mussolini para competir con Hollywood–, lo contrataron para varias de sus producciones. Fue allí, donde un por entonces novato Federico Fellini le ofreció el protagónico de una de sus películas. “Yo no lo conocía y me parecía un poco loco”, recordaría muchos años después Anthony Quinn.

El actor reconocería que nunca se conmovió tanto haciendo una película como en esa escena en que su personaje llora frente al mar a su perdida Gelsomina bajo la infinita soledad de las estrellas.

¡Viva Zapata!, le había valido un Óscar, pero La strada significó su consagración como actor. Volvió a los Estados Unidos e inició un ciclo de películas que lo volverían a reencontrar con el Oscar –en su interpretación del pintor Gaugin–, y ponerse en la piel de personajes como el Kublai Khan, Aristóteles Onassis u otro griego, el inolvidable Zorba, o el pescador creado por Hemingway en El viejo y el mar. Se jactaba de no haber hecho nunca carácteres superficiales, sino personajes profundamente humanos.

Alguna vez dijo: “ Si tuviera que resumir mi carrera fílmica, diría que pasé la vida interpretando a salvajes nobles, con filosofía campesina... Casi un espejo de mi entorno. Pero también a héroes multiétnicos, con nobleza y dignidad”. Decía que se identificaba con el escritor ruso León Tolstoi, porque era tan contradictorio como él: “Era rico, pero escribía para los pobres, vivía en una época que escondía el sexo, pero tenía una gran energía sexual”.

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