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Arturo Cancela, un escritor que tomó La Plata como escenario

Fue también periodista y editor. Su prosa humorística y satírica lo volvieron un autor distinto. Su obra mayor sitúa las acciones principales en nuestra ciudad.

Arturo Cancela nació en Buenos Aires el 25 de febrero de 1892. Es un escritor prácticamente olvidado, pero sin él, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar serían muy difíciles de expli­car. Su primer libro, Tres relatos porteños, fue publicado en 1922 y recibió el Premio Municipal de Literatura. Desnuda con mordacidad aspectos de nuestra sociedad.

En El cocobacilo de Herrlin, un científico sueco, profesor de la universidad de Upsala y descubridor de una enfermedad infecciosa del conejo silvestre, es contratado por el gobierno argentino para exterminar al animalito convertido en plaga. Es una crítica a la burocracia, a la que conoció desde adentro en los años en que fue inspector de escuelas secundarias de Buenos Aires. Una semana de holgorio cuenta la Semana Trágica vista desde la mirada de un dandy porteño, burlándose de la Policía y de la Liga Patriótica.

Y El culto de los héroes, al decir de la escritora Eugenia Almeida, “cuenta la trabajosa y lenta construcción de un falso linaje en aquellos que se avergüenzan de sus antepasados inmigrantes”. La risa que provocan los relatos nace del choque violento entre la creen­cia en un alto destino patrio y la representación de una realidad mediocre de­velada por la mirada impiadosa del na­rrador. El libro fue un éxito: en un año se vendieron 25.000 ejemplares.

Escribió muchos textos en colaboración con su mujer, Pilar de Lusarreta, incluyendo el guion de la película Petróleo, de 1940, que significó el debut cinematográfico de Iris Marga, y en la que también actuaron José Bianco y Luisa Vehil, entre otros. La película tuvo a nuestra ciudad como una de sus locaciones.

Su obra mayor es la desopilante Historia funambulesca del profesor Landormy, en la que se ríe, con un extraordinario sentido del humor crítico, de esa Buenos Aires con ínfulas de culta, encarnada por el medio pelo que se arrojaba a los pies de los escritores y conferenciantes que venían de Europa, creyendo que cualquier vidrio que viene de afuera es diamante; la ciudad narcisista que necesita la mirada foránea para sentirse justificada. ­Desenmascara los mitos de la Argentina del Centenario, atacando a sus mitos: así, la democracia es ocasión para el que miente mejor, y la ciudad “civilizada” no es otra cosa que un gigante bobo que contagia su ceguera a cuantos la habitan. Tras las arremetidas de Cancela, los figurones quedan tirados en el piso como fantoches abandonados por el titiritero.

Un remedo de Cervantes

Abel Dubois Landormy es un arqueólogo francés que arriba a Buenos Aires para dar una serie de conferencias sobre la antigua cultura cretense. Las cosas se derrumban a su alrededor, pero él siempre se entera tardíamente y mal, como en una comedia de equívocos. Al igual en en el Quijote, en todas sus aventuras termina molido a palos.

Además de la construcción del personaje, la novela de Cancela remeda a la de Cervantes en la forma de titular los capítulos. En un tramo, la escena se traslada a nuestra ciudad, en la que un personaje preside la Asamblea Electoral para la renovación de autoridades de la Universidad de La Plata, y en la que una “turbamulta estudiantil iba en procesión por las calles de La Plata, antecedida y seguida por la caballería policial, tremolando al frente la bandera argentina, cantando el himno”, para ir a enfrentar a un juez que, presumían, estaría encendiendo “un toscano y aspirando deleitosamente sus acres emanaciones” en “el edificio del Jockey Club”.

Cancela murió ocho semanas después de su ­cumpleaños número 65, en Buenos Aires, el 26 de abril de 1957.

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