Cultura

Arturo Jauretche y el deber patriótico de recuperar nuestros ríos

El autor del Manual de zonceras argentinas explicó en 1968 que un país que no tiene control sobre sus ríos renuncia a su soberanía.

"Les he dicho todo esto, pero pienso que para nada, porque a la gente azonzada no la curan con consejos: cuando muere el zonzo viejo, queda la zonza preñada”, dice en El paso de los libres. ¿En el país de la viveza criolla puede prosperar la zoncera? Arturo Jauretche demostró que sí. En su Manual de zonceras argentinas, publicado en 1968, señaló que los argentinos somos inteligentes para los pequeños logros individuales, pero nos “azonzamos” cuando se trata de proyectos colectivos.

Una de esas zonceras está referida a “la libre navegación de los ríos”, de una extraordinaria vigencia en estos días. A ella está dedicada el octavo capítulo de ese libro, que deberíamos urgentemente releer para ­despertar de tantas mentiras que aceptamos sin chistar y que, según el autor, “es la primera zoncera que descubrí en las entretelas de mi pensamiento”.

En la escuela primaria daba por sentado que entre las muchas glorias argentinas estaba “la libre navegación de los ríos”, y en cada acto escolar lo repetía como un esmerado lorito abanderado, hasta que un día se abrió con fuerza en su interior una pregunta: “¿De quién libertamos los ríos?”. Cuando llegó a la respuesta obvia, “de noso­tros mismos”, supo que si los ríos no eran ajenos sino nuestros y los libertamos noso­tros mismos, se trata, sencillamente, de que los perdimos.

Jauretche no se conformaba con las rápidas deducciones o las intuiciones luminosas, buscaba datos y documentos que respaldaran sus afirmaciones, por eso pudo escribir: “La libertad de los ríos nos había sido impuesta después de una larga lucha en la que intervinieron Francia, Inglaterra y el imperio de los Braganzas. Y en lo que no se había podido imponer por las armas en ­Obligado, en Martín García, en Tonelero, por los imperios más poderosos de la tierra, fue concedido –como parte del precio por la ayuda extranjera– por los libertadores argentinos que aliados con el Brasil vencieron en el campo de Caseros y en los tratados subsiguientes”.

Como no podía ser de otra manera, en ese texto se alude a la Vuelta de Obligado, donde “a pesar de la derrota impusimos nuestra soberanía en los ríos”. Vale la pena recordar brevemente lo que pasó en esa gesta. El 20 de noviembre de 1845, siendo Juan Manuel de Rosas responsable de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, se produjo el enfrentamiento con fuerzas anglofrancesas conocido como la Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro. Los invasores intentaban obtener la libre navegación del río Paraná para auxiliar a Corrientes, provincia opositora al gobierno de Rosas. La escuadra invasora contaba con fuerzas muy superiores a las locales. A pesar de la heroica resistencia de Mansilla y sus hombres, la flota extranjera rompió las cadenas y se adentró en el Paraná, pero como fue un fracaso comercial, al poco tiempo tuvieron que irse. La firme actitud de Rosas durante estos episodios le valió la felicitación del general San Martín y un apartado especial en su testamento.

Nada más revolucionario que hacerse preguntas. No dar por verdadero lo que está ante nuestros ojos por haber sido impuesto y consagrado por el poder. Gracias a las preguntas no solo se desarrollan las ciencias, sino también avanzan los pueblos. Arturo Jauretche era un maestro de las preguntas: “Entonces me pregunté qué habrían hecho los norteamericanos si alguien les hubiera impuesto liberar el Mississippi. Y los ingleses de haberle ocurrido eso con el Támesis. O los alemanes en el caso del Elba. O los franceses con el Ródano. Y ahora pienso en Egipto con el Nilo, y así, hasta no acabar”. Pero a nosotros nos dijeron que debíamos sentirnos orgullosos de haber sido derrotados, porque esa derrota era una victoria: “Nos enseñan a babearnos de satisfacción y darnos corte, como vencedores, allí, justamente, donde fuimos derrotados”.

Noticias Relacionadas