Cultura

Juan Carlos Altavista, un actor de barrio

Su personaje Minguito Tinguitella encarnó el espíritu de lo popular en todo el sentido de la palabra, en la televisión, el cine y la historieta.

Detrás del personaje hubo un hombre que durante muchos años estuvo marginado. Aunque parecía un monje entregado a su arte, su picardía era ilimitada y se deslizaba en frases de doble sentido, que nunca ­sobrepasaban las fronteras del respeto al otro.

Juan Carlos Altavista nació el 4 de enero de 1929 y sus primeros momentos de dicha estuvieron marcados por la actuación.
Descendiente de inmigrantes italianos, desde pequeño sintió como una recompensa la sonrisa que lograba arrancar a los que lo rodeaban. Si bien su primera fantasía infantil era correr carreras de autos y aviones, de a poco fue convenciéndose de que lo suyo no era ni las carreras ni las alturas, sino caminar por el barrio absorbiéndolo todo para poder representarlo como actor.

De sus padres, además de incorporar enseñanzas dadas con el ejem­plo y que conformaron su mundo interior, guardó algo referido a la exterioridad, pero que con el tiempo se volvió parte de su identidad: las ropitas de Mingo pertenecían a su padre –el saco, la camisa, los zapatos, incluso el sombrero–.

Hizo su primera aparición como Minguito a los 14 años. Y muchos lo llamaron así desde entonces. Una vez se escapó del colegio y fue a una quema. Empezó a mirar gente y descubrió a un hombre que andaba con un carro, usaba boina y un trapo negro en el cuello. Así produjo su personaje. Al poco tiempo, conoció a Juan Carlos Chiappe, quien, enterado de la notable destreza actoral del chico, le propuso: “Tengo un personaje para vos en mi teleteatro”.

En pequeñas libretas anotaba sus ocurrencias, aunque, como señaló María Moreno, no dejaba de aspirar a las maneras del periodismo televisivo, a una moda cultural que le permitiera verduguear a otro. De allí surgen frases inolvidables como “¿Qué hacé, tri tri?”, “¡Apropícuese!”, “Te voy a hacé un buraco así de grande”.

Su exitoso personaje adquirió una popularidad inusitada en la televisión argentina en las décadas del 70 y 80, sobre todo cuando los hermanos Gerardo y Hugo Sofovich lo incorporaron a la mesa de café del programa Polémica en el bar, y en Operación Ja Ja incluyeron el sketch en el que Minguito y El Preso (Vicente La Russa) hacían entrevistas a figuras públicas para una supuesta publicación llamada “La Voz del Rioba”.

La invasión del personaje

A pesar del entorno mediático –canibalesco por naturaleza–, Altavista siempre se mostró accesible a todas las requisitorias. Se resistía a decir que no: “¿Y cómo decirle que no, cómo negarme a gente que quiere darme amor, que se ocupa de mí? Sería criminal decirles que no”. Con el paso del tiempo, los límites entre el hombre y el personaje fueron difuminándose: “Cuando yo salgo a la calle ,tengo que seguir haciendo de Mingo”.

Este hombre que caminaba con un pie en la comedia y otro en la realidad se encargó de explicar la invasión de Minguito en la personalidad de Altavista: “La invasión existe y es muy grande. Los que conversan conmigo tal vez no se dan cuenta, pero yo, en el medio de las conversaciones, muchas veces me freno. Necesito concentrarme, hago un gran esfuerzo para pensar, para razonar, para hablar con Altavista”.

Alguna vez, en medio de su programa de televisión, Diego Maradona le confesó: “Yo tengo un sueño muy grande: poder ser Minguito”. La frase, en apariencia pueril, dicha en la boca del astro futbolístico cobró un significado diferente. Era un reconocimiento especial a un hombre que, en tiempos de desazón y desconcierto, en días abroquelados al risco de la desesperación, les ofreció a los argentinos un espejo cálido, optimista, en el que podía reflejarse una vida mejor. O, al menos, una más esperanzadora.

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