Cultura

El grito de Tarzán

El personaje, que hizo su aparición pública en octubre de 1912, hizo vivir aventuras en la selva a varias generaciones. El cine y la televisión le dieron una inmensa popularidad.

Viejo. Absurdo. Trucado. Grosero. Inútil. Enid Markey (Jane) está vestida de mane­ra horrorosa. Tarzán es horrible, pero no se lo digan. Por suerte, se ven monos y leones”: así criticaba Le Cinéma au Quotidien, en noviembre de 1919, a la primera Tarzán de los monos, dirigida por el estadouniden­se Scott Sidney. Era una película cu­yo objetivo era mostrar todo el exotismo de África, sin cuidarse del ridículo de una Jane que en plena selva se limpia el cutis con crema humectante mientras le explica a su padre los daños que causa el jabón en la piel, y que a los pocos días de vivir en la espesura amenazante y llena de animales salvajes se siente “como en casa”.

Esa mujer joven, frívola e inquieta conoce al semidesnudo rey de la selva que, puñal en la cintura, pronto la llevará a pasear en liana y le presentará a su séquito de animales buenos –monos, elefantes e hipopótamos–, que se reúnen ante el inimitable poder de convocatoria de su grito, para ayudarlo a enfrentar el mal del África profunda.

Tarzán había nacido de la pluma de Edgar Rice Burroughs, quien lo creó para una historia en la revista pulp All Story Magazine, de 1912. Con la gran repercusión de la historia, el guionista decidió volverse novelista, para escribir una saga de historias de este hijo de aristócratas escoceses que, extraviado en la selva, es adoptado por una manada de simios y que aprende a saltar como nadie desde los árboles y poner el cuerpo a todos los peligros.

En la primera presentación cinematográfica de Tarzán se muestra a la tribu de los lukumba, que usan sombreros con plumas de avestruz, a la de los mokundas, a la de los aluhas, cuya particularidad es que cada uno sostiene un plumero, a la de los abandas, una de las tribus más aguerridas de la selva. Todas tienen algo en común: formar parte del eje del mal. Son el enemigo a combatir a lo largo de la película, al igual que los cocodrilos y leones.

En 1931, la figura de Tarzán ­quedaría asociada a la de Johnny Weissmüller, un rumano cuya familia lo llevó a los siete meses a los Estados Unidos, y que de adolescente era débil y desgarbado, comenzó a practicar natación por prescripción médica y terminó escribiendo un libro sobre El arte de nadar al crawl. Fue el primer nadador en alcanzar los 100 metros en un minuto (58"6); ganó cinco medallas de oro en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, y en 1929 se retiró invicto, luego de batir 52 récords nacionales y 67 del mundo, en pruebas individuales y de relevos.

Con su primer Tarzán, Johnny Weissmüller ganó más dinero que en toda su carrera de nadador. Inspira­do en canciones tirolesas que su pa­dre solía escuchar, le dio al grito selvático del rey de la selva su sonoridad definitiva –el mismo grito que su discípulo Ron Ely le hizo ­proferir al personaje en su versión televisiva–.

Aprisionado en su rol, tras ­desvincularse de Tarzán, Johnny Weissmüller pasó a encarnar a Jim de la Jungla, historia basada en una historieta ambientada en Malasia. Rodó una veintena de películas de bajo costo, mientras se perdía para siempre en el callejón sin salida del alcohol. Dilapidó sus fabulosas ganancias en empresas que terminaban en la quiebra, fue internado reiteradas veces en hospitales psiquiátricos y, a los 80 años, murió en Acapulco, de un edema pulmonar. Se dice que en su internación final iba por los pasillos del hospital dando ese alarido que lo hizo famoso y que no ha dejado de resonar en los oídos de todos los que lo escuchamos alguna vez.

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