Augusto César Sandino y su pequeño ejército loco

Hijo extramatrimonial de un hacendado y una indígena, se crio en la mayor de las miserias. Decía: “Mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos, que son el alma y el nervio de la raza”. Augusto Nicolás Calderón Sandino nació el 18 de mayo de 1895 en Niquinohomo, un pueblito nicaragüense ubicado en la Meseta de los Pueblos, al sur del departamento de Masaya. Resulta premonitorio que naciera en un valle con ese nombre el hombre menudo, de ojos aindiados, que lideró, a fines de 1926, un ejército escuálido y bravío de 29 hombres que se enfrentó con las poderosas fuerzas de ocupación de Estados Unidos.

Augusto pasó los diez primeros años de su vida trabajando como peón en los cafetales de la familia Sandino, sin que su padre –con quien se veía a diario– lo reconociera como hijo. A partir de los seis años, acompañaba y ayudaba a su madre en la recolección de café en las plantaciones de la Mesa Central del Pacífico.

La Nicaragua de aquel entonces parecía un territorio nacido de la imaginación febril de un escritor de aventuras. Un personaje llamado William Walker, un norteamericano al frente de 56 mercenarios, desembarcó en el país centroamericano en junio de 1855, lo tomó como botín propio y llegó a proclamarse presidente de la República, con la pretensión de anexionarla luego a Estados Unidos. El filibustero oriundo de Tennessee, partidario de la esclavitud, y muy aclamado en su país, llegó a territorio nicaragüense con la idea de ir mucho más allá del cumplimiento de la tarea por la que era contratado: pensaba convertirse en el dueño de un imperio formado por América Central y México.

Esa era la Nicaragua en la que se rebeló Sandino, al mando de aquel “pequeño ejército loco”, como lo llamó Gabriela Mistral, formado por 29 mineros y con el que obtendría triunfos increíbles, empleando la táctica de guerra de guerrillas, que cimentaron su liderazgo. Su enemigo estaba conformado no solo por el ejército local, la Guardia Nacional, sino sobre todo por los 5.000 marines estacionados en ese país. Desde San Albino, que por su estratégica situación geográfica en la ­frontera con Honduras facilitaba el comercio ilegal de mercaderías, Sandino pudo adquirir de contrabando, por unos 300 dólares, los ­primeros rifles con los que entrenó a sus ­compañeros mineros. Eran cuarenta armas en total, con las que el grupo se internó en la profundidad de la selva a fin de conocer la región.

La epopeya libertadora de Sandino le valió un gran apoyo internacional. Gabriela Mistral escribió contemporáneamente a los hechos: “Mister Hoover ha declarado a Sandino fuera de la ley. Ignorando eso que llaman derecho internacional, se entiende, sin embargo, que los Estados Unidos hablan del territorio nicaragüense como del propio, porque no se comprende la declaración sino como lanzada sobre uno de sus ciudadanos: Fuera de la ley norteamericana”. Pablo Neruda decía: “Sandino es un fusil con esperanzas”. En tanto, el escritor francés Henri Barbusse envió a Sandino un mensaje, en 1928, en el que lo llama “general de hombres libres”, y lo elogia “por su ejemplo luminoso y sus espléndidos sacrificios”. Sandino convocaba a la unidad de los gobernantes de América para lograr una auténtica liberación. Un llamamiento que no ha perdido un ápice de su vigencia.

El 21 de febrero de 1934, al salir de la Casa de Gobierno, tras cenar con el presidente, Sandino fue detenido por efectivos de la Guardia Nacional, junto a Gregorio, su padre, y dos de sus generales. Solo Gregorio quedó vivo. Los hombres de Anastasio Somoza asesinaron a Sandino y a sus dos generales. Poco más tarde, ingresaron al lugar en que dormía Sócrates Sandino, hermanastro de Augusto, y también lo mataron. Somoza, que apenas dos meses después del asesinato admitía en un discurso haberlo cometido “por el bien de Nicaragua”, comenzó a reelegirse presidente por espacio de 20 años.