Cultura

Benito Quinquela Martín, fundador de la República de la Boca

Reyes, presidentes y artistas del mundo entero lo admiraron. Cuando le ofrecieron una fortuna para pintar un mural en una mansión, respondió: “Yo solo pinto en mi país, y aun dentro de mi país, en mi barrio”.

a soñaba con ser pintor cuando, doblegado bajo el peso de enormes bultos, era un estibador que subía y bajaba las planchadas de desvencijadas barcazas, que rompían el manto gris y neblinoso del puerto. Era apenas un adolescente que pensaba cómo pintaría a la noche, en su cuarto, aquello que veía mientras cargaba grandes bolsas de carbón. Gracias a su pincel y a su sensibilidad, quedaron para siempre dignificados en sus cuadros aquellos anónimos trabajadores de la Boca, que a través de las telas pudieron hacer lo que jamás se atrevieron a soñar en sus vidas: viajar por el mundo entero, lucirse en las más importantes galerías y museos.

Quizás todo empezó el 1º de marzo de 1890: “Verdaderamente no estoy muy seguro de haber nacido en esa fecha. Mi nacimiento se pierde entre las sombras de lo desconocido y nunca lo pude comprobar de una manera irrefutable”, decía el pintor. Lo seguro es que el 21 de marzo de 1890, un niño de pocas semanas fue depositado en el umbral de la Casa de Expósitos de las Hermanas de Caridad. Junto a él había un papel con estas palabras: “Este niño ha sido bautizado y se llama Benito Juan Martín”. Estaba envuelto en telas de calidad y nunca se supo quiénes fueron sus padres. Así arrancó la historia de quien sería el pintor más popular de la Argentina.

Cuando tenía seis años fue adoptado por el matrimonio compuesto por Manuel Chinchella, genovés, y Justina Molina, criolla entrerriana, que tenían una pequeña carbonería: “Los viejos necesitaban compartir con alguien su pobreza y me eligieron a mí. Mi padre adoptivo era un hombre fuerte, casi hercúleo. En la descarga de los barcos carboneros se destacaba entre todos por su fortaleza. Descargaba las bolsas de a pares y elegía las más grandes. Levantaba dos bolsas de 60 o 70 kilos cada una, se ponía una bolsa en cada hombro y descendía del barco a tierra”, recordaba. A los 15 años, luego de un fugaz paso por el colegio que tuvo que abandonar, Benito debió hacer ese mismo trabajo. Durante mucho tiempo su profesión fue la de carbonero, aunque por las noches alimentaba secretamente la pasión de dibujar. Ingresó en la Sociedad Unión de la Boca para tomar clases de pintura con Alfredo Lazzari, sobre quien había dicho: “Fue el único maestro que tuve en mi vida. El me enseñó los rudimentos del dibujo y la pintura. Tenía una virtud rara en profesores de academia: dejaba en libertad al alumno para que explayara su temperamento, buscara su propia expresión y hasta su propia técnica. Este respeto por la libertad en el arte es uno de los mayores beneficios que saqué de sus enseñanzas.”

“Reflejos” del Museo de Bellas Artes Quinquela Martín

En los ratos que no trabajaba recorría el barrio de La Boca, mirándolo todo. Entre los obreros y marineros ya era bastante popular aquel carbonerito pintor, al que un día por casualidad descubrió don Pío Collivadino, director de la Academia Nacional de Bellas Artes. Él notó su tremenda fuerza expresiva y su originalidad de “primitivo”, vaticinándole un gran porvenir y prometiéndole su ayuda: “Creí que aquello era un elogio circunstancial, pero estaba equivocado. 15 días después entra mi padre a mi pieza y me dice agitado Benito, Benito ¡Te busca un señor de guantes!. Era Eduardo Taladrid, secretario de don Pio Collivadino, que se convirtió en mi mentor y en mi amigo”, destacaba el artista.

Gracias al entusiasmo de Taladrid, Quinquela Martín realizó su primera exposición individual en la Galería Witcomb. La muestra fue un éxito. El público y la crítica descubrieron de pronto algo nuevo, casi insólito. La segunda exposición se instaló nada menos que en los aristocráticos salones del Jockey Club de Buenos Aires, otro suceso. Los diarios y las revistas comenzaron a ocuparse de él, mientras los críticos se trenzaban en ásperas polémicas acerca de su arte. De todos modos Quinquela Martín, quien ya había castellanizado su apellido, estaba definitivamente lanzado al gran mundo artístico.

Luego llegarían los sucesos internacionales. Su primera exposición en el exterior fue en 1920, en Río de Janeiro. Asistió el presidente del Brasil, Epitacio Pessoa y el gobierno adquirió un cuadro, que fue colocado en el salón de actos del palacio de Guanabara.

Posteriormente, comenzó la conquista de Europa. El presidente argentino, Marcelo T. de Alvear, le facilitó la gira nombrándolo canciller del consulado argentino en Madrid. En noviembre de 1922 se embarcaba a bordo del vapor Infanta Isabel, con destino a Barcelona. En Europa interactuaría con Alfonso XIII, la reina Victoria y la Infanta Isabel, pero nunca olvidando sus orígenes.

Noticias Relacionadas