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Caza de brujas en Hollywood

En el marco de la guerra fría, una de las campañas anticomunistas más célebres es la que llevó el nombre de macartismo y tuvo como blanco algunos de los actores y actrices de más fama.

"Triunfar en todo el país es solo el primer paso de una larga marcha”, con aquellas palabras anunció Mao Tse Tung el triunfo revolucionario en su país el 1° de octubre de 1949. La mayoría de los historiadores coinciden en señalar el inicio de las campañas anticomunistas a partir del triunfo del comunismo chino. La proclamación de la República Popular China, liderada por Mao, causó una profunda preocupación a los dirigentes estadounidenses. No obstante, la más famosa fue la que llevó adelante el senador Joe McCarthy a partir de 1951: a través de una comisión parlamentaria, el legislador acusó a intelectuales, actores y directores de cine de que no compartían su pensamiento de ser “infiltrados” del Partido Comunista.

McCarthy creyó encontrar a centenares de comunistas traidores que se habían infiltrado en el gobierno norteamericano y en muchas otras actividades públicas. Los cargos fueron distintos a los juicios que se habían llevado trescientos años antes en el condado de Salem, pero los mecanismos fueron muy similares: la denuncia anónima, la escasez de prueba, el prejuicio de que tales o cuales ideas personales constituían un peligro social y daban mérito suficiente para que el acusado fuera sancionado con el despido, la cárcel o el exilio. Por obvias razones, en la mayoría de los casos las acusaciones fueron falsas, pero muchos actores, por ejemplo, fueron perseguidos y se les prohibió trabajar. La lista negra fue muy amplia y abarcó a escritores como Dashiell Hammet y Bertolt Brecht, cantores como Pete Seeger y, sobre todo, figuras del cine, entre las que se encontraba Charles Chaplin, quien decidió abandonar los Estados Unidos. Desde entonces, a los que persiguen a otros por razones políticas o culturales se los comenzó a denominar “macartistas”. En 1951, el dramaturgo Arthur Miller advirtió las crudas semejanzas entre los procesos de Salem y los que estaba fomentando McCarthy. De esa comparación surgió la pieza teatral titulada El crisol, aunque en gran parte del mundo se la conoció como Las brujas de Salem. Estrenada en Nueva York en enero de 1957, llegó a más de 200 representaciones y regresó varias veces a las carteleras. Según la actriz Simone Signoret, quien sería una de las intérpretes posteriores, el autor dejó en la obra ciertas claves que insinuaban una actualidad para el tema histórico. Miller aseguraba que los procesos de Salem habían sido el resultado de la implantación de una teocracia motivada inicialmente por fines benévolos y que entre sus objetivos prevalecía, sobre todo, la salvaguarda de la unidad comunitaria de Salem contra cualquier tipo de resquebrajamiento provocado por enemigos que pudieran derivar en su destrucción. Aunque el planteo es claramente de época, en la obra, Miller habría llamado John y Elizabeth al matrimonio protagonista, para aludir con las iniciales al matrimonio Julius y Ethel Rosenberg, que en ese momento estaban detenidos bajo acusación de presunto espionaje prosoviético y que eran el centro de una masiva campaña internacional por su liberación. Los Rosenberg, sin embargo, terminarían ejecutados en la silla eléctrica en junio de 1953.

McCarthy cayó de su pedestal en 1954 y fue formalmente condenado por sus colegas a raíz de “una conducta contraria a las tradiciones del senado”. Su alcoholismo terminó finalmente por pasarle factura y murió de cirrosis tres años más tarde. Pero el macartismo continuó incluso después del propio McCarthy. Poco tiempo después de la condena pública al funcionario, el Departamento de Estado negó a Arthur Miller la renovación de su pasaporte, lo que se consideró una presumible consecuencia de las actitudes críticas que había adoptado previamente sobre la cacería de brujas. En junio de 1956, el Comité de Investigaciones Antinorteamericanas interrogó largamente a Miller, en sesión oficial, sobre decenas de temas vinculados a sus convicciones, sus firmas en diversos manifiestos y contactos que pudo haber tenido con escritores comunistas, entre ellos Millar Lampell. El episodio culminó cuando se le aplicó al dramaturgo una sentencia de prisión por treinta días y una multa de quinientos dólares.

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