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Cleopatra, secretos de una leyenda

Fue la última gobernante de una dinastía del Antiguo Egipto y enamoró a los dos hombres más poderosos de su tiempo.

La dinastía griega de los Ptolomeos, de origen macedónico, reinó en Egipto desde la muerte de Alejandro Magno hasta la de Cleopatra, como consecuencia de la conquista romana. Sin duda, esta última, es una de las figuras históricas que más pasiones encendió. Destinada a ser la última de su dinastía, la faraona egipcia utilizó la seducción y la astucia política para promover los intereses del Antiguo Egipto frente a la expansión romana: su vida quedó inextricablemente ligada a los disturbios en Egipto y la política del Imperio Romano.

Plutarco, el biógrafo griego de Marco Antonio, afirmó que no era su aspecto físico lo que resultaba tan atractivo de ella, sino su conversación y su inteligencia. Cleopatra tenía el control de su propia imagen y la adaptó según sus necesidades políticas. Por ejemplo, en eventos ceremoniales aparecería vestida como la diosa Isis. En las monedas acuñadas en Egipto, eligió mostrarse con la mandíbula fuerte de su padre, para enfatizar su derecho heredado a gobernar.

En el 47 a. C., mientras huía de las tropas de César, Ptolomeo XIII se ahogó en el río Nilo cerca de Alejandría. Con Egipto en manos de César, Cleopatra recuperó el trono, se casó rápidamente con su hermano de doce años, Ptolomeo XIV, y lo declaró su cogobernante. En ese contexto, Cleopatra se hizo aliada de Julio César, quien la ayudó a establecerse en el trono. Lo invitó a hacer un viaje por el Nilo y, cuando posteriormente dio a luz a un hijo, llamó al bebé Cesarión o “pequeño César”.

Cuando César murió, la relación de Cleopatra con Roma estaba lejos de terminar. El general romano Marco Antonio, que había ascendido al poder como uno de los tres líderes conjuntos o triunviros de Roma, exigió una reunión con Cleopatra en un esfuerzo por continuar la alianza egipcio-romana. Ansiosa por mantener la estrecha relación de Egipto con Roma, Cleopatra viajó a Tarso, en la actual Turquía, para encontrarse con él en el 41 a. C. y dejarlo abrumado con sus encantos.

El enamoramiento de Antonio con Cleopatra, y los supuestos excesos de su vida en la sede del poder egipcio, llevaron a la caída de ambos. El gobernante romano se sumergió en una guerra abierta con sus co-triunviros y su propio pueblo, a quienes les molestaba lo que veían como la intrusión de Egipto en los asuntos romanos. Después de una batalla en el año 30 a. C., la reina egipcia se dio cuenta de que las tropas de Antonio se dirigían a la derrota total. Se atrincheró en su mausoleo real y le dijo a Antonio que planeaba suicidarse. En respuesta, Antonio se apuñaló y finalmente murió en sus brazos.

Cuenta la leyenda que Cleopatra se quitó la vida con la ayuda de una víbora venenosa llamada áspid, pero no hay pruebas. Los arqueólogos tampoco han encontrado nunca el mausoleo donde ella, y probablemente Antonio, murieron.

Ptolomeo Filadelfio fue el tercer hijo de Cleopatra y nació en agosto o septiembre del 36 a. C. A fines del 34 a. C., se convirtió en gobernante de Siria, Fenicia y Cicilia. Ningún registro antiguo menciona que el príncipe haya servido en esfuerzos militares o su carrera política. Tampoco hay información sobre planes de matrimonio, lo que sugiere que no sobrevivió hasta la edad adulta. Sin embargo, en ese marco, emergió una figura preponderante: Agatoclea, la cortesana griega, amante de Ptolomeo Filadelfio, quien –a fin de casarse con ella– asesinó a su esposa, Arsínoe. Agatoclea se enriqueció de forma desmesurada. Tras el fallecimiento súbito de Ptolomeo, quiso deshacerse del príncipe heredero, que apenas tenía cinco años; sus intentos provocaron una sublevación que acabó con su vida.

Las fuentes escritas sobre el legado familiar de Cleopatra también son escasas. La biblioteca de Alejandría fue destruida varias veces, llevándose consigo relatos contemporáneos de la faraona. Algunas de las obras cumbres de la literatura universal la tienen de protagonista, como la tragedia Antonio y Cleopatra, de Shakespeare; y César y Cleopatra, de ­Bernard Shaw.

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