Concorde, el gran avión supersónico

Pasajeros célebres, vajilla de diseño, uniformes de alta costura y el chasquido excitante de romper la barrera del sonido.

Monumento de la utopía aeronáutica del siglo XX, el Aérospatiale-BAC Concorde (mejor conocido como Concorde) todavía resuena en los oídos de varias generaciones con el chasquido de la barrera del sonido. Desde su viaje inaugural y hasta el trágico accidente del año 2000, el avión supersónico cumplió el sueño boreal de unir Londres con Nueva York en tres horas mientras sus pasajeros cenaban langosta y las azafatas surcaban el corredor con uniformes de alta costura.

El sueño del Concorde nació, como no podía ser de otra forma, en el corazón de la carrera espacial. El 2 de marzo de 1969, más de mil personas acudieron al aeropuerto de Toulouse para asistir al primer despegue de aquella nave estilizada, de nariz caída, alas en delta y cuatro ronroneantes motores Olympus. Era el signo del futuro. Sin embargo, no fue sino hasta el 21 de enero de 1976 que comenzaron sus vuelos regulares con las rutas trazadas entre Londres-Baréin y París-Río de Janeiro.

Rápidamente, su servicio adquirió un estatus de lujo para millonarios, celebridades, políticos de fuste, artistas e incluso la realeza. Los catorce ejemplares del “Cisne Blanco”, como lo llamaban los franceses, fueron operados por Air France y British Airways durante toda su carrera y ofrecieron un servicio de inflight acorde a sus expectativas desmesuradas. Trabajados por grandes diseñadores como Terence Conran, Raymond Loewy, Christian Lacroix o Andrée Putman, cada Concorde ofrecía un interior diferente. La experiencia de los que podían costear el boleto comenzaba con champagne en una sala de espera exclusiva diseñada por Conran and Partners, decorada con lámparas de la Bauhaus y las sillas del matrimonio Eames.

Vestida con los uniformes de Edwin Hardy Amies, modisto oficial de la reina Isabel II, la tripulación recibía a los pasajeros y procedía a ubicarlos en algunas de las 106 butacas. Todas en estricta primera clase. Las naves de Air France, por su parte, incluían todo el sueño futurista planeado por Loewy: padre del diseño industrial moderno. Asientos en varios colores, luces, bandejas y la célebre vajilla de Christofle que, según el mito, Andy Warhol robaba en cada uno de sus viajes a Europa. “Son una obra de arte”, decía.

Además de Warhol, entre sus pasajeros habituales estaban Margaret Thatcher, la reina de Inglaterra, el Papa Juan Pablo II, Mick Jagger, Joan Collins, Robert Redford o Luciano Pavarotti. También Phil Collins que, gracias a la velocidad supersónica del Concorde, logró dar dos conciertos en el mismo día, en diferentes continentes.

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