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Dalmiro Sáenz y los escándalos televisivos

Fue un escritor que aunó popularidad y talento literario. Proclive a las declaraciones de gran impacto mediático, provocó situaciones explosivas en la pantalla chica.

Dalmiro Sáenz nació en el seno de la clase alta, hijo de un contraalmirante agregado naval en Londres. De muy chico se profugó de ese universo fríamente diseñado con jerarquías inamovibles. Anduvo por el norte de Santa Cruz, capando ovejas a la usanza sureña, o sea, con los dientes. Inmundo de tierra y de sangre, veía a Chicahuala, capataz de “Los Menucos”, cortando con las tijeras de esquilar las orejas dobladas de los corderos; mientras, a pocos metros de los corrales, en la cocina, las mujeres freían las tortas o vigilaban los pastelitos de dulce y los chicos contaban las colas de los corderos amontonadas en un tacho. Luego, decidió dedicarse a la vida de marinero. Fue segundo comisario de la barcaza “San Benito”, de Pérez Companc. Allí aprendió a navegar, a reconocer las velas: el perico, el juanete alto, la cangreja, el velacho bajo, la sobremesana. Cuando desembarcó se decidió a contar todo lo vivido. Así se hizo escritor.

Su primer libro, Setenta veces siete, fue uno de los más vendidos en 1957. Desde entonces, cada nueva obra suya encabezaba la lista de ventas. Se convirtió en un escritor profuso que se atrevía a todos los géneros: teatro, cuentos, novelas, letras de canciones, guiones para televisión. Tenía un estilo llano para transmitir sus ideas y un gran sentido del humor. Por eso la televisión solía recurrir a él cuando quería blasonar con la presencia de un escritor. Pero en 1967 Dalmiro Sáenz cruzó una frontera. Frente a las cámaras de Canal 7, en el programa de Hugo Guerrero Martinheitz, afirmó que la única solución para nuestro país eran las guerrillas. Eran los años de la dictadura de Ongañía. Al “Peruano parlanchín” le levantaron el programa. El escritor fue proscripto de los medios. En “La Hipotenusa”, una revista humorística en la que trabajaba, tuvo que escribir con seudónimo.

No tenía el biotipo del escritor. Era un hombre de poderosos bíceps que practicaba karate. Tenía ojos oscuros de animal temeroso pero desafiante. Andaba con una sempiterna camisa azul arremangada, unos vaqueros gastados y mocasines sin medias. Un día dejó a su esposa y se fue con Silvina Cruz, hermana de la actriz Elena Cruz. Su explicación fue: “No podía seguir viviendo entre la felicidad y la culpabilidad. Mi esposa no es de esa clase de mujer a quien se puede engañar. Hay que irle de frente... Claro que estuvo muy mal al principio, pero ya superó todo”.

En junio de 1988, Dalmiro Sáenz fue invitado al programa “La noche del sábado”, conducido por Gerardo Sofovich. Allí el escritor encendió la mecha. “En la colección privada del Vaticano hay una virgen que se llama la Virgen del Divino Trasero y es una virgen con un culo precioso”, dijo. El abogado Miguel Ángel Ekmekdjian fue uno de los tantos espectadores del programa, quien en ese mismo momento decidió iniciar una causa judicial. No fue la única reacción. El obispado emitió una declaración que decía: “Lamentamos que haya ocurrido un episodio tan denigrante y pedimos a los fieles que sepan reparar este ultraje al Señor y a su bendita madre, pidiendo muy especialmente en su oración el perdón de Dios por la afrenta, como hizo Cristo en la cruz”.

Ekmekdjian, que se sintió lesionado profundamente en sus sentimientos religiosos, mandó una carta documento a Sofovich: le pedía que en otra edición del programa se le diera derecho de réplica. Sofovich se negó, tenía presente que el mismo letrado había tenido un cruce similar con el periodista Bernardo Neustadt y había perdido. El abogado inició una causa judicial que llegaría a la Corte Suprema. “Ekmekdjian Miguel Ángel c/ Sofovich, Gerardo” es uno de los precedentes judiciales más estudiados en la Facultad de Derecho. En la decisión judicial de última instancia, en un fallo dividido, se hizo lugar al derecho a réplica y el denunciante tuvo revancha: Sofovich tuvo que leer su carta en el programa de televisión. A partir de allí, la presencia de Dalmiro Saénz en los estudios de televisión comenzó a ralear, siendo convocado solo de manera esporádica por su amigo Jorge Guinzburg o en programas estrictamente literarios.

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