cultura

Eduardo Galeano y el fin de año

El gran escritor uruguayo hizo un brindis que todos deberíamos renovar cada 31 de diciembre.

Los encuentros familiares de fin de año son un rito que, entre brindis y balances, trazan una línea al año para sacar la cuenta de las frustraciones y los proyectos que aún siguen en pie. Es difícil acatar la alegría impuesta por el calendario, con un presente puesto en pausa y un futuro con diagnóstico nebuloso e inquietante.

Conforme al calendario gregoriano, instaurado por el papa Gregorio XII en 1582, el 1° de enero es el comienzo de un nuevo año porque se estima que ese día fue el de la ­circuncisión de Jesús. Los judíos, en cambio, lo celebran entre el día 1 y 2 del calendario hebreo, en una fecha que oscila entre septiembre y octubre. Lo llaman Rosh Hashaná –día en que, según su tradición, fue creado Adán, “cabeza” de la especie humana–, y en su último almanaque recibieron su año 5781.

Pero antes, cuando América no sabía que era América y nadie le había hecho aún el favor de descubrirla, los aztecas, en su época de esplendor, en el siglo XV, celebraban el solsticio –el momento del año en que el sol alcanza su mayor altura aparente– como el nacimiento de un nuevo ciclo. En la celebración se hacía una figura gigante de maíz tostado y la presentaban al pueblo de Tenochtitlán. Se preparaban platos especiales –en especial, tamales–, tomaban pulque y practicaban ritos corporales y bailes ceremoniales, sin perjuicio de algún que otro sacrificio humano. En aquel entonces, las civilizaciones mesoamericanas se regían por un calendario conformado por 18 meses de 20 días, más 5 sobrantes (mes corto), pero iniciaban el año en fechas distintas; en el caso de los aztecas, era aproximadamente entre febrero y marzo.

Para los guaraníes, el año se divide en dos grandes ciclos: el “año nuevo” y el “año de antes”. El “año nuevo” no es un día, sino toda una estación: la primavera. El tiempo en que todo se dispone a florecer y fecundarse. Los mapuches celebran el año nuevo el 21 de junio, con la llegada del solsticio invernal. Esa fecha señala el día más corto y la noche más larga del año.

Una de las festividades más populares es la que celebra una cuarta parte de la humanidad: el fin de año chino. Cae el 12 de febrero y los días feriados duran siete días. Cada calle, edificio y casa donde se celebra el año nuevo está teñida de rojo –color que está en los símbolos más representativos del país–, y la memoria ancestral sale a la calle en danzas de dragones, gigantes leones y marchas majestuosas propias de la boda de un emperador.

Este 31 de diciembre alzaremos las copas soñando en voz alta cruzar una frontera: la que nos separa de la pandemia.

Seremos todos improvisados brujos intentando el conjuro de hacer retroceder la mala suerte y el espanto. Eduardo Galeano escribió para un fin de año un brindis que debiéramos compartir todos como una plegaria.

"Ojalá seamos dignos de la desesperada esperanza.

Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano.

Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.

Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.

Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós está diciendo hasta luego.

Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”.

Eduardo Galeano

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