cultura

El anarquismo en Uruguay

Fue una ideología traída por la inmigración que fundó los primeros sindicatos en el Río de La Plata y fogoneó las luchas por una distribución más justa de la riqueza.

El anarquismo en Uruguay tuvo sus primeras expresiones a comienzos del siglo veinte, con la llegada de la inmigración proveniente de España e Italia. Al igual que sus homólogos argentinos, hubo sectores del anarquismo volcados a los “robos revolucionarios”, formas express de la distribución de la riqueza. Uno de los hechos más recordados ocurrió en Montevideo, el 25 de octubre de 1928, y se conoció como el asalto al cambio Messina, frente al Palacio Salvo, que dejó un saldo de tres muertos y tres heridos. El hecho fue consumado por un grupo de anarquistas expropiadores, el botín fue de unos 4.000 pesos uruguayos. Los asaltantes fueron apresados en los altos de una vivienda ubicada en la calle Rousseau N°41, en un operativo en el que intervinieron cerca de 300 efectivos militares y de la policía. La banda estaba integrada por tres catalanes y los hermanos Moretti –que integraban en Buenos Aires la banda de Miguel Arcangel Roscigna, un célebre anarquista, cerebro de muchas de las grandes operaciones que llevaron a cabo–, quien en una oportunidad dijo: “Alguna vez se hará justicia a los anarquistas y a sus métodos: nosotros no tenemos a nadie quien nos financie nuestras actividades, como la policía es financiada por el Estado, la Iglesia tiene sus fondos propios o el comunismo tiene una potencia extranjera detrás. Por eso, para hacer una revolución, tenemos que tomar los medios saliendo a la calle, a dar la cara”.

Los anarquistas fueron condenados a prisión y encerrados en la cárcel de Punta Carretas. El 18 de marzo de 1931, a la tarde, los presos estaban jugando al fútbol en el patio de la cárcel. Presos políticos contra presos comunes, ese era el clásico. Mientras eso sucedía, los autores del asalto se fugaban por un boquete abierto en el piso del baño del penal.

Junto a ellos, se fugaron tres panaderos anarquistas que habían sido detenidos por un ataque a un comercio que no respetaba el descanso nocturno de los obreros. El túnel fue una obra de ingeniería admirable. Con el dinero de un asalto realizado en Buenos Aires por Severino Di Giovanni junto a Severino Di Giovanni, los anarquistas compraron un terreno contiguo a la cárcel, levantaron un galpón y bajo la fachada de la “Carbonería El Buen Trato” construyeron el túnel subterráneo que permitió la libertad de sus compañeros. En el túnel, dejaron un cartel que decía: “La solidaridad entre los ácratas no es solo palabra escrita”.

El anarquismo en Uruguay dejó muchos episodios de heroísmo y muerte, cárceles y traiciones, manifiestos lúcidos y actos de violencia. Y también muchos ejemplos de coherencia y profundidad, como es el caso de Luce Fabbri, una docente e investigadora, quien tras el ascenso del fascismo en Italia se radicó en Uruguay, donde murió el 19 de agosto de 2000, convencida de que el anarquismo era el camino hacia la libertad y la justicia social.

Hay una película, Acratas, de Virginia Martínez Vargas –quien fuera directora de la televisión nacional uruguaya– y producida por Alicia de Oliveira, dedicada a recorrer en imágenes la historia del anarquismo en Uruguay. Un filme nutrido con mucha información de la época, notas periodísticas que se fueron publicando a lo largo de las décadas, verdaderas joyas custodiadas por el Sodre, material proveniente de archivos varios y testimonios como el de Osvaldo Bayer o el del anarquista español Abel Paz quien consideraba: “Ser anarquista es ser una persona coherente (paz espiritual, la tranquilidad, el campo, trabajar lo menos posible, el suficiente para poder vivir, disfrutar de la belleza, del sol. Disfrutar de la vida con mayúsculas, ahora se vive en minúsculas). Tener una conducta personal. Llevar las ideas a la práctica al máximo, sin esperar que haya una revolución. Es una concepción filosófica, es un estado de espíritu, una actitud ante la vida. Pienso que esta sociedad está muy mal organizada, tanto socialmente, como políticamente, como económicamente. Hay que cambiarlo todo. El a­nar­quismo invoca una vida completamente diferente. Trata de vivir esta utopía un poco cada día”.

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