CULTURA

El autor de la enciclopedia más bella y extraña

Alberto Savinio, además de pintar como su hermano, Giorgio De Chirico, fue músico, traductor y, sobre todo, autor de un rarísimo diccionario.

Fue uno de los escritores más inclasificables del siglo pasado. Su seudónimo era Alberto Savinio, pero se llamaba en realidad Andrea De Chirico. Con ese nombre había nacido en Atenas, de padres italianos, con un hermano mayor reconocido mundialmente: Giorgio De Chirico. Un día cayó en sus manos un diccionario etimológico y experimentó una iluminación: conocer el origen de una palabra era casi como tocarla con la mano. Desde entonces, Savinio comprendió que lo que quería era más fácil de hacer con palabras que con corcheas o pinceles, como hubiesen querido sus padres.

Sin embargo, su enciclopedia no se asemejaba en nada a esos textos monumentales de la modernidad, que intentan abarcarlo todo con presuntuosa precisión. Lo único que tenía de parecido con esa operación elefantiásica es el orden alfabético en que se disponen las palabras claves. Pero, a fin de cuentas, la explicación de dichas palabras estaba ausente. Se equivocaron, entonces, quienes esperaban que palabras abstractas como "amistad" o "libertad" o voces concretas como "baúl" o "chivo" reportasen una enumeración de las distintas acepciones de significado.

Lo cierto es que la tarea a la que dedicó el resto de sus días fue un tanto demencial. Siguiendo el ejemplo de su venerado Schopenhauer que estaba tan descontento con todas las historias de la filosofía que escribió una él, Savinio se había decidido a escribir su propia enciclopedia, su versión del mundo. Como era una tarea inconfesable, la camufló como mejor pudo: se hizo columnista de diario. Cada una de sus columnas era una entrada de la enciclopedia. Nadie lo sabía excepto él: sus lectores se cansaban de la arbitrariedad de sus temas, sus empleadores también, asi que Savinio iba cambiando de diario como quien arma un rompecabezas en el que todas las piezas son del mismo color.

Se diría que, de modo caprichoso, que en la enciclopedia de Savino se definían o se "in-definían" las palabras. De allí que el autor evocaba con asiduidad las etimologías, no para conducirnos al sentido actual del término a través de la historia, sino para indicarnos cómo la lengua se había perdido por el camino, cambiando, alterando y contradiciendo aquello que alguna vez quiso significar. Con este método digresivo, que tiende a la desviación permanente y a anacolutos discursivos, Savinio, al componer, por ejemplo, la voz "amor", se permitía afirmar: "El amor, estrictamente, no existe. Es una hipótesis, una grande, desmesurada hipótesis. Por un error de concepto y, al mismo tiempo, de expresión, cuyo origen, se pierde en la noche del lenguaje, el amor se confunde con la preparación del amor, es decir, con el deseo".

Una de sus mejores páginas dice que la poesía empezó a existir por razones prácticas, no “poéticas”: Sostenía que el hombre comenzó a hablar en poesía porque era el modo más recordable de decir una cosa (“los versos se atan con rimas para su ingestión”). Cuando el hombre encontró otro modo de dar persistencia a sus palabras, es decir la escritura, y descubrió que por escrito las palabras se conservaban “sin fatiga”, la poesía debió desaparecer. Sin embargo, persistió, y ése era el momento bisagra para él: que persistiera, pero ya sin las razones prácticas que la habían hecho nacer, y para siempre sospechada de inutilidad. El lugar donde se soltó el cable, se dividió la lógica y se abrió el precipicio de lo pequeño, que era lo que más le gustaba de la vida a Savinio y lo que más quería preservar en su enciclopedia: “¿Cómo explicar a los demás que las cosas que ellos consideran tonterías son en realidad serias, y las que, por el contrario, para ellos son serias...?”.

Durante la Primera Guerra Mundial, fue traductor en el frente macedonio, destacado en Salonia. Murió a los 61 años, en Roma.

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