cultura

El espía siberiano

Nicolás II fue el último zar de Rusia.

Cuando el almirante A.W. Kolchak, una de las figuras más salientes de la Revolución rusa, intentaba la ardua empresa de crear la República de Siberia, para liberar después a toda Rusia del yugo de los autócratas bolcheviques, apareció en cierto rincón de las montañas siberianas un joven que decía ser heredero del zar Nicolás II.

Era un joven sorprendentemente parecido al Gran Duque, hasta en los más pequeños detalles: dominaba varias lenguas extranjeras y sobresalía por la amabilidad de su carácter. Describía con convincente veracidad la escena de su despedida de sus padres y de sus aventuras durante su arriesgada huida de Yekaterimburgo a través de los Urales. El joven conocía a todos los dignatarios de la corte, generales y funcionarios, y los llamaba por sus nombres. Por casualidad llegó a Omsk una de las camaristas de confianza de la emperatriz, a cuya pericia se recurrió para que aclarase el asunto.

Al poco tiempo se halló en condiciones de demostrar que el gobierno de Siberia estaba siendo engañado por un impostor. No tardó el joven en confesarlo, pero jamás dijo cuál era el origen de su superchería ni cómo se llamaba su familia, que indudablemente pertenecía a la aristocracia. Mientras que se procedía a una escrupulosa investigación, el mozo falsario desapareció de la capital de Siberia y las pesquisas para hallarlo no tuvieron éxito.

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