cultura

El hombre que construyó un imperio

Gengis Kan fue un brillante estratega de gran carisma que desde Oriente hasta Occidente conquistó un territorio más vasto que el continente europeo.

El imperio mongol fue uno de los más grandes de la historia. A principios del siglo XIII, un inmenso ejército protagonizó una de las expansiones militares más importantes que se haya conocido. Apenas un puñado de años les bastaron a los mongoles para conquistar buena parte del norte de China, por entones ocupado por el reino de Xi Xia, y aniquilar el imperio musulmán de Corasmia, situado en Asia Central. Así hasta llegar a las puertas de la Europa oriental. Tan solo Alejandro Magno y la expansión musulmana hubieran podido equiparase en tiempo y forma a semejante gesta, aunque ninguno de ellos conquistó tantas tierras como los mongoles. El artífice de tal proeza se llamó Gengis Kan.

Cuando tenía 13 años, el padre de Temuyin –tal su nombre original– fue asesinado por los tártaros. Fue raptado para ser vendido como esclavo, pero logró escaparse. El niño desde entonces se juró no hacer otra cosa en su vida que urdir la venganza. Se convirtió en un oscuro guerrero de las estepas. Adquirió todas las astucias de los animales del desierto y a confiar en sus fuerzas. Y en sus sueños. A veces tenía sueños premonitorios. Una noche, todos los pensamientos lo llevaron al mismo sitio y resolvió romper del todo con su examigo Jamuka.

El triunfo, la unificación de las dispersas tribus nómades, el aumento de sus fuerzas y la formación de una veloz caballería empujaron a Temuyin a conquistar toda Mongolia. Hacia 1206, había matado a todos los jefes rivales, se había apoderado de sus ejércitos y era ungido con el título de Gengis Kan, que, según fuentes históricas, significa “gobernante universal”. Para justificar ese nombramiento, Te­muyin se prometió olvidar su verdadero nombre para siempre.

Veinte años después, Gengis Kan había creado un imperio que abarcaba casi toda Asia, desde China en el Oriente hasta el mar Caspio en Occidente, con una superficie que triplicaba la de Europa. Desde entonces, su nombre aún provoca escalofríos en el continente asiático: ciudades y reinos cayeron a su paso, algunos para siempre. No obstante, los ejércitos de Gengis Kan no gozaron de ninguna ventaja tecnológica sobre sus predecesores, quienes jamás tuvieron un éxito remotamente similar al suyo. Su arma principal, el potente arco compuesto, solo presentaba pequeñas diferencias con el usado por los escitas más de dos mil años atrás. Su organización militar tampoco era ninguna novedad y había sido empleada por muchos pueblos nómadas, incluyendo los fundadores del primer imperio en Mongolia. Por eso la razón determinante para entender semejante nivel de poderío ­mundial fue la figura del propio Gengis Kan, a quien muchos ­historiadores le atribuyeron un carisma que le permitió disfrutar de la lealtad incondicional de sus subordinados.

El “gobernante universal” murió en 1227, a los 65 años, y fue enterrado en un lugar que ha sido uno de los grandes secretos de la historia. No obstante, la invasión de su ejército acercó al Mediterráneo diversos elementos de las estepas: mongoles, caballos, cereales, violencia. Con los cereales viajaron las ratas negras de las estepas. Con las ratas viajaron las pulgas. Con las pulgas, los bacilos. La sola velocidad de los nuevos transportes provocó que los ciclos biológicos de transmisión de aquellos parásitos continuasen en Occidente.

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