El misterio de la muchacha ojos de papel

Es una de las canciones más célebres de la historia de la música popular argentina y fue interpretada por artistas de todas las latitudes.

El 22 de junio de 1969 se estrenó, en un recital del teatro Coliseo de Buenos Aires, una canción que Luis Alberto ­Spinetta compuso cuando era un adolescente y que estaba dedicada a su gran amor de entonces, Cristina Bustamante. Luego sería considerada por la revista Rolling Stone y la cadena MTV como la segunda composición más influyente del rock argentino.

El mismo día del estreno, Spinetta se dio cuenta de que la canción tenía alas y que su vuelo sería muy largo. El público de inmediato seguía con la cabeza el tema, como sabiendo que pronto la aprenderían de memoria: “Yo lloraba arriba del escenario, porque sentí que toda la gente se conmocionaba con eso. Al instante. Después vino el éxito. Sentí que la canción traspasaba la gente”.

Por eso decidieron publicarla como disco simple –en el lado B estaba Ana no duerme–, como adelanto de lo que sería su primer LP. Una empresa textil la utilizó de inmediato como música de una de sus publicidades.

El erotismo delicado, el suave tejido de palabras anudado por la voz tersa de Spinetta, muestra tempranamente la hondura poética de este autor que desarrollaría, a lo largo de su trayectoria, una obra misteriosa, brillante y críptica. Pero además da cuenta de la honda relación que ligaba al poeta con su musa. Cristina Bustamante era la hija del portero del edificio donde vivía uno de los integrantes de Almendra, Emilio del Guercio.

La propia musa del tema intervino en un solo aporte, pero decisivo, en la creación del tema: “En realidad yo hice un solo cambio; en el original Luis había puesto senos de miel, y yo le dije que eso parecía un catálogo de corpiños... Estuvimos de acuerdo en que pechos quedaba mejor”. En un clásico nada puede cambiarse de lugar o ser suprimido sin que se derrumbe la estructura entera. Hoy no podemos imaginar cómo sería la canción sin esa sugerencia, o lo penoso y distante que nos resultaría hoy escuchar ese verso en su factura original.

El 7 de septiembre de 1987, un diario publicó un artículo de Luis Alberto Spinetta: “Muchacha ojos de papel: desintegración abstracta de la defoliación”, título árido que amenaza con una disertación académica. Más que referirse al nacimiento de la canción, parece referirse a una autopsia, como la definió el propio Spinetta.

Tiempo después nos enteramos, por boca del propio autor, que su artículo había sido violentamente recortado, hasta volverlo un amasijo ininteligible. De todas maneras, en el texto completo publicado por la revista La mano Spinetta no hace otra cosa que quitarle magia a su creación intentando explicarla casi por palabra por palabra.

De esa manera, se lanza a explicar el porqué de “ojos de papel”, “no corras más”, “corazón de tiza”, “piel de rayón”, “castillo con tu vientre” y así, como en un pizarrón, va explicando fríamente el sentido unívoco de cada una de esas expresiones. Tarea imposible, porque para quien la escuche esa canción tendrá el sentido que su propia sensibilidad le dé.

Premasticar el sentido de una obra artística es conspirar contra la libre interpretación que cada quien puede hacer de ella. Cuando a Pablo Neruda le pidieron que explicara uno de sus poemas, dijo: “Hacerle preguntas de ese tipo a un poeta es como preguntarle la edad a las mujeres. La poesía no es una materia estática, sino una corriente fluida que muchas veces se escapa de las manos del propio creador.

Su materia prima está hecha de elementos que son y al mismo tiempo no son, de cosas existentes e inexistentes”. Luis Alberto Spinetta termina su artículo diciendo: “Nada más atroz que la inlatencia de la tiza para un corazón al que el orgasmo curaría”, frase que a nadie puede moverle un pelo. En cambio, escuchar Muchacha puede emocionar a cualquiera. Lo que significa que Spinetta nos dio otra lección: la obra es siempre superior al creador.

En 1970, Almendra edita la canción Para ir, en la que hay una promesa: “Quiero que sepan hoy qué color es el que robé cuando dormías”. Esa confesión afortunadamente no se produce, pero sí revela la persistencia de esa obsesión cuyo final profetiza en el Blues de Cris –cuyo título alude a esa inmortal muchacha que en su aparición terrena lleva el nombre de Cristina Bustamante–: “Atado a mi destino, sus ojos al final olvidaré”. No sabemos si Luis Alberto Spinetta terminó olvidando sus ojos. Nosotros no. Aunque esos ojos sean tan frágiles como el papel.

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