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El poeta que puso voz a la revolución rusa

Vladimir Maiakovsk fue uno de los poetas más audaces de su país, que pasó de emblema de la revolución a ser defenestrado por sus colegas.

Sus poesías breves daban la impresión de ser trozos de épica, así como personalizaba en sí mismo las riendas de su generación. El poeta murió mucho antes que el hombre, pero a la hora de la muerte, sus versos surgieron todavía más jóvenes. En un artículo que le dedica León Trotski se precisa una aguda síntesis de Vladimir Maiakovski: “Para ascender al hombre, él lo eleva hasta Maiakovski. Así como el griego era antropomórfico y confrontaba ingenuamente las fuerzas de la naturaleza consigo mismo, así también nuestro poeta es maiakomórfico y es él mismo quien puebla las plazas, las calles y los campos de la revolución”.

Decía cosas salvajes, antipoéticas, pero con un sentido del ritmo tan maravilloso que sus versos quedan grabados en la memoria aunque uno no se lo proponga. Lili Brik fue la encargada de afeitarle la cabeza, vestirlo de traje y botines y llevarlo a vivir con ella y su marido, Osip Brik. Los poemas de Maiacovski pagaban las cuentas, Lili dormía con su tormentoso amante y Osip se convirtió en el mejor divulgador de la obra del poeta.

Maiacovski nació el 19 de julio de 1893, en Georgia. Era huérfano, había pasado por la cárcel a los quince, había dormido en la calle y después en los galpones del Instituto de Escultura. Los Brik no sólo le dieron un hogar sino un salón donde brillar. Se afirma que en aquel departamento de la calle Zhukosvkaya 7 ocurrió en vivo y en directo la literatura rusa entre los años 1922 y 1929.

Después de la muerte súbita y prematura de su padre en 1906, la familia Maiakovski -su madre y sus dos hermanas- se trasladó a Moscú; allí desarrolló una pasión por la literatura marxista y tomó parte en numerosas actividades del Partido Laborista Social Demócrata de la Federación de Rusia, fue más tarde convertido en un miembro bolchevique. Durante un período de incomunicación en la prisión de Butyrka en 1909, empezó a escribir poesía, pero sus primeros escritos fueron confiscados. En uno de ellos, esbozó: “ A ti, mujer/ a quien enredo en conmovedora aventura,/ o a ti, transeúnte, a quien miro simplemente./ Todos pasan temerosos apretando los bolsillos./ ¡Ridículos! ¡A los pobres, qué pueden robarles!”.

Una vez consagrado, el Soviet Supremo mandó a Maiacovski de embajador por el mundo y el poeta dejó embarazada a una joven en América, que lo siguió a Paris. Sin embargo, su vida cambió el día que conoció a Tatiana Yakovleva, que había sido criada en la Rusia prerrevolucionaria para casarse con príncipes y tenía un dote descollante además de su belleza: una memoria asombrosa para la poesía rusa. Maiacovski quedó fulminado cuando la conoció.

La visitó todos los días durante su estadía en París, le propuso matrimonio y le prometió que volvería para llevársela con él a Moscú, pero ella no le creyó hasta que él le escribió dos poemas que publicó en cuanto volvió a la URRS. Uno se llamaba Carta al camarada Kostrov sobre la esencia del amor y el otro Carta a Tatiana Yakovleva. Pero en la URRS el ambiente se estaba enrareciendo y Maiacovski aprovechó su última oportunidad para ir a París una vez más como poeta itinerante.

Se afirma que dejó todo los honorarios de sus recitales en una florería con el encargo de enviarle una rosa por día a Tatiana. En el año siguiente, la correspondencia entre ambos se volvió volcánica. Para estupor de todos, Tatiana se casó con un vizconde francés. A los dos meses quedó embarazada y dos meses más tarde se enteró que Maiacovski se había suicidado de un tiro en Moscú, el 14 de abril de 1930, a meses de cumplir 36 años.

Durante sus últimos años, Maiacovsky sentía que ya no se necesitaban sus servicios, que iba perdiendo su lugar en la sociedad que se estaba forjando. Sus últimos seis meses fueron una sucesión de reveses y fracasos: el boicot público que se le hizo a su retrospectiva 20 años de trabajo, el fracaso de su obra de teatro Los baños, la ruptura con algunos de sus íntimos amigos, su persistente enfermedad de los nervios; el rechazo de la actriz Veronica Volonskaya, que se negaba a dejar a su marido por él. Todo lo condujo a un callejón sin salida. En 1935, con una carta de extraordinario coraje y elocuencia que le escribió al propio Stalin, Lili Brik logró que se rehabilitara a Maiacovski y se lo volviera a leer en Rusia.

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